jueves, 29 de enero de 2015

La rosa temerosa.



En una isla soleada y alegre, como la vida, en medio del mar eterno, dónde el viento, la lluvia y demás inclemencias climatológicas, se comportaban como en cualquier otra isla de cualquier otro mar o océano, la naturaleza era fructífera, desbordante y desprendida.

Sus habitantes, gracias a esa naturaleza, vivían en un estado de satisfacción y felicidad: los pinos que crecían cerca de los acantilados se dejaban mecer sus frondosas cabelleras por las eternas brisas marinas. Ellos a su vez se desprendían de sus frutos para reproducirse; tanto en la misma isla como allende los mares, al ser sus semillas arrastradas por el mar.

Flores que llenaban de color, aroma y vida los principales parques de la isla: margaritas blancas con centro amarillo, amapolas con centro negro, rosas con representación de casi todas las variedades y orquídeas con colores, tamaños y formas que completaban un mosaico por el que esta isla, como la vida, era envidiada.

En el centro de la isla había un gran lago natural que se nutría de las aguas de lluvia y de las aportaciones que los altos picachos con nieves eternas, que en sus deshielos, le aportaban a través de diferentes riachuelos. El lago era un núcleo de vida dónde las: percas, truchas, lucios y temporalmente salmones hacían las delicias de los habitantes. La vegetación en las orillas del lago era muy frondosa, casi exuberante. Altos árboles que necesitaban cuatro personas para rodearles el tronco, y hiervas aromática que acariciaban los sentidos más refinados. Los árboles frutales eran la delicia de la fauna salvaje y de las personas. 

En medio de esta naturaleza tan rica y sobrada de recursos: autosuficiente, auto-controlada, que se regodeaba en si misma de tanto que se gustaba, se encontraba una ROSA, asustada, que no sentía estima alguna por si misma: 

Siendo esta muy joven, con su capullo recién formado, en ciernes de llegar a ser una belleza de la naturaleza, la isla sufrió unas grandes tormentas con mucha lluvia que al estar acompañada de pedrisco, caía como AGUA FRESCA. Gracias a que la rosa estaba escondida bajo una ancha hoja de platanero no llego afectarle en demasía. Pero de todas formas, la ROSA, debido al AGUA FRESCA, sufrió la amputación de algunos de sus pétalos externos. Esto la marco de por vida.

Un día un vecino de la isla la arranco de dónde ella vivía y la transplanto en un jardín en el que muchas otras como ella ya disfrutaban de una tierra bien alimentada, de un buen contacto con los colibríes y abejas que las ayudaban a reproducirse. A los pocos días ya se encontraba bastante integrada en su nuevo entorno social.

Ella se extrañaba mucho de ver como las demás componentes que habitaban en la misma parcela que ella, no estaban preocupadas; por si aparecía alguna tormenta o si llovía agua fresca de la que destroza los pétalos. No podía entender que las demás disfrutasen el día a día con plenitud.

Una tarde, a la caída del sol, vio aparecer al jardinero con un aparato en la mano del que sobresalía un tubo que al final llevaba como una alcachofa de ducha: una regadera. Fue ver el recipiente con gotas de agua que recorrían su cuerpo, como gotas de sudor, y ponérsele los pinchos de su tallo completamente erizados, los pétalos se pusieron a temblar y toda la planta en si se mimbreaba; como si los nervios la agitasen y le disparasen una sensación que la ahogaba, y que hacia que su pecho se oprimiese y su corazón de planta palpitase como si fuese a reventar.

Cuando ya se vio que no podía evitar que el jardinero la maltratase con aquella AGUA FRESCA, su tronco se dobló por la mitad, se desmayo, dejando caerle capullo de la flor sobre la tierra. 

Desde aquel día esta sensación ya se le reproducía casi constantemente; sólo hacía que pensar con AGUA FRESCA, y como un resorte automático todo su cuerpo se descomponía.

Después de muchas crisis, un día, se fijó en que sus compañeras del jardín no sufrían aquel trauma que ella estaba pasando, y pensó: ¿Qué hacen ellas para afrontarlo? ¿Por qué, uno de los componentes más importantes de la vida, EL AGUA, me tiene que ser tan molesto?

Una tarde que ya estaba esperando el paso de la regadera una de sus compañeras, al verla temblar de miedo, le espetó; miedosa, que eres una miedica compulsiva. Estas palabras la marcaron. Empezó a decirse a si misma, que ella era tan valiente como las demás, y que se lo iba a demostrar a si misma y a las demás. Además pensó, a ellas no les ocurre nada, tampoco tiene porque ocurrirme a mi, y se decidió a afrontar sus miedos.

Se hizo la hora de la llegada del jardinero con la regadera. Este empezó por la parte más alejada de la parcela. LA ROSA podía oír el sonido del agua al caer sobre las plantas y sobre la tierra, y la alegría que las plantas transmitían. Ella empezaba ya a sentir como sus nervios la empezaban a traicionar. De repente se vio la sombra de la regadera sobre si misma y el brillo que el sol reflejaba sobre algunas gotas, de AGUA FRESCA, que ya estaban cayendo. Se cogió con sus raíces fuertemente a la tierra, apretó sus pétalos y tenso sus estambres y su tronco, para prepararse para luchar contra aquella tormenta que recordaba, con voluntad de enfrentarse al jardinero, decidida a morir por las convulsiones que en su interior sentía. El agua empezó a caerle encima, ella aguanto los primeros embates convulsivos de sus nervios, y de pronto noto un frescor que le daba bienestar general y le relajaba todo su cuerpo. Su ánimo explotó de alegría al ver que había vencido el miedo que no la dejaba vivir. Y se dijo a si misma; “Que tontería y que perdida de tiempo y energía que podía haber empleado disfrutando de todo lo que me rodea, hasta de las nuevas rosas, que son ya mis hijas, que gracias a las abejas nacen y viven cerca de mi”

Finalmente se dio cuenta que el miedo que aquella tormenta marco en su interior la había estado amargando la existencia, hasta que decidió afrontarlo. Y darse cuenta que el poder lo tenía ella, porque el miedo solo existe en nuestra mente y cuando más lo alimentas, más miedo produce.

Cortó por lo sano y vio que no pasaba nada. A partir de aquel día ya nunca permitió que nada le amargase la vida. Y vivió el resto de sus días feliz, en aquella “isla soleada y alegre rodeada del mar eterno”

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