--La temporada del monzón para los niños era como si
hubiera llegado la feria. Nos pasábamos el día jugando bajo la lluvia. Las
calles se inundaban y las barcas se paseaban por los bazares como si fueran
coches de servicio, los ricksaws, con agua que casi llegaba al compartimiento
donde iban los pasajeros, tirados por esqueletos humanos forrados de piel
reseca como cuero, que pedaleaban luchando contra la fuerza del agua para poder
ganarse la vida. A mí y a mis amiguitos de entonces nos gustaba jugar en las
calles embarradas, después de que desaparecía el agua. Nos gustaba oír el
sonido del barro; como si te succionara los pies cuando los sacabas del mismo.
Esos días volvíamos con las manos y pies que parecían los de un Dhobi.[i]--
Algunas tardes, cuando nuestros padres tenían a bien
darnos las rupias para ir al cine, allá que nos íbamos, y algunos de nosotros
hemos sufrido y experimentado, con nuestras propias manos, los engaños de los
señores que te invitaban a Naranjada y Limonada[ii],
detrás del mostrador del hall del cine. – Esto último me lo cuenta casi de
forma confidencial. La señora al oír “Naranjada y Limonada”, esbozó una tímida
sonrisa, y se retiro unos metros de nosotros, haciendo como que saludaba a
alguno de los otros invitados. Aprovechando el que la señora no estaba cerca,
yo también le cuento una confidencia de la niñez.
-- En todos los países a los niños les suceden cosas
parecidas. Cuando yo tenía ocho años atendía a misa todos los fines de semana
con algunos niños más. El cura, a dos o tres de nosotros, nos indicó que sería
mejor que fuésemos a confesarnos por la tarde, y a ser posible, cada uno de
nosotros a diferente hora, la cual él nos marcaba cada fin de semana. La
primera vez que puso en práctica el nuevo método de confesión los tres volvimos
a casa sin decirnos una palabra, entre confusos y asustados.
El cura para confesarnos nos hacia entrar al
confesionario y sentarnos sobre sus rodillas. Y allí, a la vez que nos limpiaba
de nuestros pecados, nos palpaba todo lo que quería y abusaba de nosotros a sus
anchas. Nosotros hasta que el hombre falleció lo pasamos mal. Menos mal que no
duró mucho tiempo, porque nuestra inocencia nos impedía hablar del tema con
nuestros padres. Por eso le digo que en ese tema, en todos los países cuecen
habas. –
Se acerca el empresario que me ha traído a la reunión y
me indica que tendremos que marcharnos, que se esta haciendo tarde y aún nos
queda una hora de viaje. Él sabía que al
día siguiente me tenía que levantar temprano para ir a visitar Agra. Me indicó
que si no descansaba, el día y el viaje me podrían resultar muy pesados y
cansados.
Me despedí de los anfitriones y de los demás. Cogimos el
coche y, disfrutando de la melodía del preludio de la Traviata de Verdi, nos
dirigimos hacia el hotel.
[i] Dhobi. Persona de las
castas más bajas y que usualmente son lavanderos. Pasan todo el día con las
manos en el agua y tienen la piel arrugada por la humedad. El Dios de las
Pequeñas Cosas. Arundhati Roy.
[ii] Aprovechandose de la
inocencia infantil, algunos de los señores que atendían, lo que se podría
decir, bar del cine, engañaban a los niños y a cambio de un refresco, se
sacaban el pene y se lo depositaban en la mano del niño, y mientras el niño se
tomaba el refresco, los señores apretando la mano del niño sobre su pene se
masturbaban. El Mundo de las Pequeñas Cosas. Arundhati Roy.
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