El crepitar de los altavoces anunciando la llegada a Mumbai, me despierta. Me encuentro traspuesto, con la mente ofuscada, no recuerdo nada. Preparo mis cosas para bajar del tren. El bullicio de gente se deja notar en el andén. Recojo mi maleta y maletín y busco la salida del vagón. Intento adelantarme a la salida para llegar cuanto antes al edificio principal donde debe de estar esperándome el taxista, Mahmmud.
Tropezando la maleta, que arrastro detrás de mí, con los carros cargados de bultos y las personas que corren delante de los guardias caña en mano, voy abriéndome camino. Por fin llego a la terminal. Desde allí me vuelvo a mirar el andén. Una luz a lo lejos me indica que otro tren está a punto de hacer su entrada en la estación. Como no veo a Mahmmud me acerco al lintel de una de las puertas para esperarle, enciendo un cigarrillo. En la primera calada oigo un ruido estruendoso, levanto la mirada y al fondo veo el tren que llegaba, en llamas. La gente corriendo despavorida, gritos de miedo. Los silbatos ensordecedores de la policía. Las personas cruzando entre las vías. El griterío y el miedo se hacen aún más presentes y dramáticos cuando se comunica por la megafonía de la estación que una bomba ha explotado en un tren que procedía de los extrarradios de la capital.
No se como reaccionar. Salirme corriendo a la calle. Quedarme escondido en un rincón detrás de un quiosco de información. Mahmmud no aparece. Mis nervios me estas traicionando. Miro y vuelvo a mirar hacia la puerta por la cual entramos esta madrugada para ver si lo veo aparecer. Enciendo otro pitillo, la primera calada me llega a los dedos gordos de los pies. Las sirenas de la policía y de las ambulancias inundan toda el área con un sonido estrepitoso de tragedia.
Personas en los andenes tiradas por los suelos llorando desconsoladamente. Gente joven esperando a familiares, amigos, quieren acercarse hacia donde el tren está descarrilado. Unos doscientos metros antes de la entrada. Justamente donde empieza la bóveda de la estación. Por lo que se ve no hay ningún sitio por el que acercarse al lugar del siniestro. Solo recorriendo los andenes hasta el final y después caminando esos metros que los separan del siniestro, por encima de las vías y los cascotes esparcidos por la deflagración.
Asistentes sanitarios pasan corriendo por delante de mí. Cargan maletines de primera ayuda, camillas. Algunos policías, indolentes, se ponen a organizar el caos existente. A uno de ellos le pregunto por lo que ha sucedido. Me responde, displicentemente, que una bomba ha explotado en un vagón de primera, solo para mujeres, y que parece que hay algún muerto y varios heridos. Terminando de contestarme, las primeras victimas que empiezan a ser trasladadas en camilla hacia las ambulancias situadas a la entrada de la estación. Una cara ensangrentada, que parecía ser de una chica joven, con una de las piernas desmembrada colgándole fuera de la camilla. Seguían a los camilleros un grupo de jóvenes con las ropas desgarradas, en los cuales se apoyaban dos o tres personas de más edad, todos con caras de no saber que les pasaba y de pánico. Un de los que pasaron, que se mantenía en estado más tranquilo, me comenta y confirma la información que el policía me había dado, pero además me indica que parte del vagón de pasajeros comunes también ha sido destrozado. Este es el vagón donde van los pasajeros de pie amontonados como sardinas. Esto me hace imaginar que la tragedia puede tener una cantidad de muertos importantes.
Oigo llamar mi nombre. Busco pero no encuentro la procedencia de la voz en medio del gentío que abarrota la sala principal. La voz sigue insistiendo. Yo buscándola. Me imagino que es Mahmmud, nadie más puede saber mi nombre aquí. Finalmente, gracias a que la gente estaba esparcida por el suelo de la terminal puedo ver a lo lejos, en la entrada, detrás de una cinta de protección policial, a Mahmmud. Cojo la maleta y me dirijo hacia la salida culebreando entre el amasijo de gente allí desparramada. En una esquina rodeada de policía puedo identificar varios cuerpos tapados con mantas, victimas del accidente.
Salgo de la estación. Qué ha pasado que has tardado tanto en llegar, le pregunto al taxista. El me dice que ya estaba en la estación aparcando el taxi cuando todo ha sucedido y que la policía no le ha dejado cruzar una barrera de seguridad instalada en el mismo parking, donde todas las ambulancias y coches de la policía estaban organizando la atención a las victimas.
Cogemos el taxis y como podemos salimos de la zona y nos dirigimos hacia la carretera que me conducirá al hotel. El tráfico es otro caos inmenso. Continuos puestos de control policiales no dejan que avancen los vehículos. Mahmmud me cuenta que han dicho por la radio que un grupo de terroristas musulmanes son los responsables del atentado. Que ya se han contado ocho mujeres y dos hombres muertos y que de momento ya hay unos cincuenta heridos de diferentes grados de gravedad. Me sorprende lo pronto que han identificado a los responsables del ataque. Se lo hago saber a él. A lo que me responde que serán los mismos que hace dos meses pusieron unas bombas en un tren en Delhi y hace un mes en otra estación cerca de Bombay.
Llegamos al hotel situado cerca del aeropuerto internacional de la capital. El estruendo de los motores de los aviones te lo recuerdan continuamente. Me despido de Mahmmud hasta el día siguiente. Le indico que por la mañana iremos a hacer un par de visitas a unos almacenes céntricos. Tengo entrevistas concertadas. Y que después me llevara a la hora de comer al Club Nacional de Cricket, donde tengo que atender a otro contacto. Me indica que a las ocho treinta estará esperándome, como los demás días, en el parking del hotel. Nos damos las manos y nos separamos.
Llegar a la habitación de nuevo es un bálsamo que mi cuerpo y mi mente agradecen después de un día tan cargado de circunstancias extrañas y trágicas. Me meto en la bañera con agua fresca he intento relajarme. Pero la cara de la chica que vi herida en la estación no se va de mi mente. Intento apartarla una otra vez pero vuelve a presentarse la foto nítida del sufrimiento de sus ojos.
Preparo los planes para el día siguiente, hago las llamadas de rutina para confirmar las visitas. Bajo al restaurante del hotel, buffet, y intento buscar algún tipo de comida occidental, para descansar mis papilas gustativas de los sabores y aromas de las especias típicas de la comida hindú.
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