Los señores de la casa me cuenta que esperan la visita del novio de la niña la semana siguiente, lo que dará inicio a la ceremonia del Baraat; la visita de los familiares y amigos del novio a la casa de los padres de la novia, por la tarde. Donde serán recibidos, atendidos y pasaran la noche. El día siguiente la ceremonia tendrá lugar en el Gurdwara local. Después de la ceremonia religiosa, que dura varias horas, los bailes, danzas y cantos se prolongan durante todo el día, junto con el banquete. La fiesta termina el día siguiente cuando los familiares del novio con la novia deciden abandonar la casa de ella.
Los Sikhs, si tengo que creerme lo que me cuentan, dejan la última decisión, de si realmente quieren unirse para el resto de sus vidas, a la pareja de novios. Una vez decididos, presentan a sus respectivos padres, al chico o a la chica, para pedir la aceptación de ellos. Como la religión Sikh no acepta ningún tipo de dote, ni se permite que se lean los horóscopos ni que se hagan estudios de astrología para ver cual sería la fecha más apropiada, según esos estudios, para la boda. Son libres de poner fecha y hora. El Sikhismo tampoco hace distinción alguna entre razas, castas o linajes, siempre que ambos sean de la religión Sikh. Siendo así, no hay ningún impedimento para que se lleve a cabo el casamiento. La ceremonia nupcial, Anand Karaj, La Unión Vendita.
Normalmente después de la ceremonia religiosa, que se desarrolla en el Gurdwara, donde está presente el libro de las sagradas escrituras del Sikhismo, Sri Guru Granth Sahib, al cual le dan unas vueltas como consagración de la unión, y del que se rezan y cantan los versos sagrados.
Viendo que la hora de partir se acercaba, tuve que interrumpir el relato. Les comente que era una lastima no poder asistir a un acto tan importante para ellos. Inmediatamente se prestaron a buscarme estancia donde quedarme hasta el día de la celebración. Lo cual yo rechace educadamente, expresándoles mi pesar por tener que dejarlos, pero que mi viaje era de trabajo y esto era lo primero que debía atender. Cosa que entendieron.
Mi tren de vuelta a Mumbai salía de Pune a las 17’15 se lo hice saber a Shiv. Que viendo la hora que era aceleró los preparativos para trasladarme a la estación. La despedida fue cálida, de corazón, sentida. Cargaron las maletas en la furgoneta. Shiv y su hermano Shandy me acompañaron a la estación. Me dirigieron al andén donde estaba parado el Shatabdi Express, me subieron las maletas al vagón y me indicaron cual era mi asiento. Luego nos bajamos y en el andén estuvimos charlando sobre los dos días de fiesta que les esperaban. Según Shandy, dos días de ruido, vocerío, alegría y color, mucho color, rojo. Aquí en el andén aproveche para fumarme un cigarrillo que, como los Sikhs no tienen permitido fumar, en la casa de Shandy no había podido fumármelo.
Ya en el tren, con el sol anaranjado posándose, la oscuridad empezaba a cubrir el paisaje. Mi mente se sentía un poco cansada de tanta información acumulada. Mis sentidos habían esta trabajando a marcha forzada para poder almacenar tantas sensaciones nuevas. Necesitaba descansar y dejar que se organizasen todos los datos introducidos en mi disco duro. La oscuridad externa, el vagón vació, solo tres pasajeros más compartíamos el viaje de vuelta; una chica joven hindú y una pareja de musulmanes viejos. La azafata me trajo la botella de agua y un bocadillo, chapatti con carne picada, demasiado picante para mi, que dejo en la bandeja. Los golpes acompasados del vagón sobre los raíles acunan mis oídos, y el sueño me reduce a un vacío placentero y relajado que, la melodía suave del nocturno g-Moll op, 37,1 de Federico Chopin sonando por los altavoces del vagón, convierte en profundo.
Cuerpos con diferentes caras, envueltos en harapos, sharis, trajes occidentales. Olores insoportables, aromas fuertes, dulces, amargos. Lamentos de niños pidiendo limosna. Sensación de repugnancia y a la misma vez de indolencia e impotencia. Cañas de los guardias. Flases de luces coloreadas; violeta, azafrán se mezclaban con sabores picantes, ácidos y dulzones. Todo conforma una lucha por estar en primer plano. Una de mis manos trata de ayudar a los niños, la otra empuja a la primera no permitiendo que les de la ayuda. Una mancha negra, casi trasparente, traslúcida, no me deja ver. Alrededor de la mancha negra grandes árboles, frondosos, con hojas verde oscuro se deslizan. Entre las hojas, caras con sonrisas amables, grandes ojos negros rasgados. Sentimientos entrecortados, nunca contados, son gotas de roció sobre las hojas. Frescor, calor, humedad. Niños desnudos, manos tendidas. Egoísmo, poder, incultura, ignorancia esparcida como abono sobre la gente, lo que les ha llevado a ser indolentes y soportar todo tipo de despropósitos. Riqueza y poder rodeados de pies descalzos, manos negras, bandejas de plata con manjares. Sumisión y aceptación de que nunca podrán comer lo que ellos sirven a los demás. Un libro sin nombre, universal, luchando a golpes contra un billete de dólar. Grandes proyectos. Un gran dique que cierra un embalse de cuyas paredes salen miles de manos que roban la comida, el agua, las casas y la posibilidad de una vida digna a millones de indigentes. Sobre dicho muro personas bien vestidas y alimentadas dando discursos grandilocuentes. Ruido metálico ensordecedor del verter de las aguas que no deja que la queja lastimera del pueblo llegue a los oídos de los que se encuentran encima de la presa.
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