¡OH! hotel dulce hotel, me digo cuando veo su silueta
aparecer a lo lejos delante de mí. Finalmente llegamos. La visión de la chavola
y el contraste al entrar al hall del hotel, con su mármol, grandes ramos de
flores, suntuosidad y lujo exagerado, me dejan un poco trastabillado. Y eso que
ya llevo uno días en el país y debería de haberme inmunizado.
Pero no, sigo sin acostumbrarme.
Me acerco a la recepción para ver si ha llegado algún mensaje o carta y si se
había llevado a cabo la desinfección de la habitación. Me indican que hay un
mensaje para que llame a un teléfono, y que la desinfección se había llevado a
cabo de buena mañana. Me lo dan y veo que es del señor Rajesch. Le llamo. Me
pregunta si me apetecería asistir con él a una cena organizada en honor de una
escritora amiga. Por la hora que era, ya un poco tarde, le pregunto que cuanto
tiempo tengo para ducharme y adecentarme. Me indica que no hay ninguna prisa,
que en una hora y media pasaría a recogerme. Acepto la invitación y cojo el
ascensor con unas ganas locas de desnudarme y dejar que el chorro de la ducha
me refresque y descanse.
Un ambiente glamoroso y hasta cierto punto occidental, se
abre ante mí al entrar en la sala de baile del hotel Imperial. La gente viste
de etiqueta, algunos con esmoquin y pajarita, en medio de la fiesta de color
que son los saris de las hindúes. Los camareros pululan entre los grupos de
personalidades allí presentes; primer ministro y representantes de la
oposición, algunas figuras famosas del equipo nacional de críquet, y
representantes del mundo de la cultura. Yo me mantengo al lado del señor
Rajesch, para evitar las presentaciones. Las conversaciones, quizás, más risas
y algarabía falsa que otra cosa, discurren relajadamente. Una señora
occidental, creo que inglesa, de pelo rojo con mechas rubias y con vestido azul
cobalto de noche, contrasta con la finura de las hindúes. La pelirroja parecía
tener carencia por la tertulia que se desarrollaba en el grupo del primer
ministro, al que delicadamente, cogía por el brazo, mostrando una sonrisa amplia
y de complicidad, que intentaba tapar con su bolso de mano plateado.
El salón con rasgos coloniales es un rectángulo amplio,
rodeado de anchas ventanas que daban al jardín de la piscina. Los muros entre
ventana y ventana cubiertos con altos espejos, sobre los cuales rematando la
decoración, caían ramilletes de lirios amarillos. Por encima de las flores, lámparas
de dos brazos que formando delicadas curvas terminaban en una tulipa de cristal
finamente labrado. Las arañas que colgaban del techo, de cristal italiano, en
cuyo borde superior terminaban con las mismas tulipas que las de los muros. Al
fondo en la pared opuesta a la entrada, detrás de lo que debía de ser la mesa
presidencial, un cuadro mural, de ángulo a ángulo, con una pintura de la
familia real de Inglaterra.
Rodeando las mesas de los comensales pequeños veladores
con búcaros de cerámica china que contenían ramos de capullos de rosa; rojos,
fresa, blancos y amarillos. Junto a uno de estos veladores estábamos cuando
hizo su entra la Señorita Roy, la escritora, según me indico mi acompañante.
Quien después del respetuoso saludo al primer ministro y al representante de la
oposición, se dirigió hacia nosotros. Se acerco al señor Rajesch y le dio un
par de besos. Él me presentó y ella me dio un apretón de mano, que mostraba
fortaleza de carácter y personalidad.
Nos hace dirigirnos hacia una de las mesas para
sentarnos, al ver que el primer ministro y su sequito ya se estaban
posesionando alrededor de la mesa presidencial. Las mesas cubierta con manteles
de hilo blanco nieve, con las sillas cubiertas con un cubre blanco de lino. El
montaje de la mesa de un lujo poco usual. Plato grande sobre el que descasaba
uno de porcelana con alegorías del país delante de cada comensal, con
servilletas de hilo, marfil claro, con bordados finísimos en otro tono marfil
un poco más oscuro. Dos velas altas y finas, encendidas, a ambas partes del
centro de rosas rojas, y la cubertería de plata. Sentaros, nos indica. Ella se
sienta entre nosotros.
-- He leído sus dos libros. El primero me gusto e hizo
que se despertase dentro de mí las ganas de saber más sobre las pequeñas cosas
de la India. Pero
el segundo, que me ha regalado el señor Rajesch, en el que se muestra su
carácter, lo que le sale del estomago cuando escribe, ese me ha hecho ver la
fuerza interior que de usted emana. Y posteriormente a interesarme por los
temas que en el critica o describe. – Le digo a la señorita Roy.
-- Muchas gracias, por su amabilidad. Pero, si como usted
me dice ha leído ambos libros, se habrá dado cuenta, que en el último, hablo de
mi decisión de no volver a escribir. Claro, a no ser que me apeteciese contar,
como me paso en el primero, algo que llevaba cociendo en mi interior durante
mucho tiempo. Las circunstancias políticas, económicas y culturales por las que
el país ha estado pasando desde hace unos años, al retorcerme las tripas y no
poder soportar el ¡silencio! sobre todos esos temas tan candentes, me llevaron
a escribirlo. – Se explaya ella, poniendo un énfasis especial en la palabra,
silencio, mientras con su mirada de ojos negros barría las caras de los demás
comensales.
La señorita Roy figura mediana, puro nervio y delgada.
Con un corte de pelo corto, casi a lo chico, mirada potente y profunda. Su
aspecto denota, a mi me lo parece, estabilidad emocional contrastada con un
sentimiento de impotencia. Sus ademanes delicados; cuando despliega la
servilleta da la sensación que la esta acariciando. Con su mano derecha juega
con un pequeño pendiente que lleva en la oreja derecha, el brazo izquierdo
descansa sobre la mesa mientras su mano se entretiene con los cubiertos.
Parece ser la
única persona en el salón que, aunque elegante, viste de forma mas informal;
pantalón negro de camales anchos y camisa blanca con los últimos botones
desabrochados, que dejan ver la fina textura de su piel color
nuez-avellana-tostada. Inteligente y con las ideas muy claras, ella, va conversando
con los diferentes componentes de la mesa. Planteándoles cuestiones sobre los
temas candentes y de actualidad. Y respondiendo directamente y sin ambigüedad a
las que a ella le plantean.
Nos sirven el vino, un Burdeos joven, y nos llenan las
copas de agua. En el centro de la mesa depositas unas bandejas con aperitivos;
frutos secos, quesos, colitas de gamba rehogadas picantes. Cuando ella se
encuentra poniéndose una gamba en la boca, le pregunto:
--¿realmente cree usted que el tema de la bomba nuclear
es tan importante como usted lo presenta en su libro? –
La respuesta no tarda en llegar; como si hubiera estado
esperando la pregunta y la contestación le hiciese daño a su garganta,
responde, secamente:
¿Usted qué cree? Quien es este país en el mundo para
producirla. Teniendo tantos millones de analfabetos y gente en los más extremos
niveles de pobreza. A quien benefician esas inversiones. ¡Al pueblo!, No creo.
– Uno de los comensales le responde:
-- Tampoco hay que tomárselo de la manera que lo expresas
en tus artículos. Ya que, lo quieras o no, da a nuestro país otro estatus a
nivel internacional, enfrente de las grandes potencias. – El calor de la
conversación va en aumento y con punto de crispación, cuando ella, dejando la
copa de vino que tenía en la mano sobre la mesa, le replica:
-- La
India , si es que alguien ya ha llegado a saber ésta que es,
no necesita defenderse de ninguna potencia mundial extranjera. Lo que necesita
es limpiar su propia casa, crear las posibilidades de que coman todos los
inquilinos de la misma, y de que todos estos tengan acceso a una educación, en
este caso sí, contrastada a nivel internacional. Y revalorizar todo lo bueno
que las diferentes partes de este país tienen. Crear y buscar enemigos fuera,
que es lo que los políticos nos hacen creer, para lo único que sirve es para
desviar la atención de los verdaderos problemas que tenemos como nación; si es
que a la diversidad de creencias, lenguas y estados que tenemos se le puede
decir, nación. Mientras todo eso no se solvente, o al menos haya la intención
de hacerlo, nuestra identificación nacional solo estará basada en incongruencias
como la de la bomba nuclear.--desde dentro de un saco de humildad parece sacar
unas briznas de ira, que los comensales que la rodean, se ve, que ya esperaban.
Mr. Rajesch, intentando rebajar la temperatura de la
charla, empieza a participar en la misma, coge la copa de vino y dice:
--Por favor, por favor. Disfrutemos de la cena primero. Y
después tendremos tiempo de hablar largo y tendido. Brindemos por la señorita
Roy y la aportación cultural que sus trabajos están dando a este país. —
Todos levantas las copas, los gestos cambian, aunque
algunos de los comensales dejan notar que existe una animadversión personal,
como si le tuvieran envidia. Después del brindis, en el momento que se sirven
los chapattis calientes cubiertos con una servilleta, continúo hablando el
señor Rajesch:
-- ¿Qué os parece si el señor Wadekar, desde su
conocimiento del críquet y los entresijos del mismo, nos habla de la recién
visita a Pakistán de nuestro equipo nacional y de las medidas de seguridad que
se han tenido que preparar para llevar a cabo este encuentro?
A todos les pareció bien la idea, y empezaron a aportar opiniones
sobre el evento. Sobre si habían sido excesivas las medidas de seguridad. Que
si total, para jugar un encuentro deportivo hacia falta tanto movimiento de
policía. Aunque la mayoría estaba de acuerdo en que realmente era un partido de
alto riesgo, por la situación política de ambos países.
La mesa iba llenándose de platos, que por el aspecto que
tenían, debían ser preparaciones sabrosísimas. Daba la sensación de estar en un
restaurante Libanés, la mesa no tenía suficiente espacio par tantos platos diferentes.
Los aromas de la comida iban adentrándose en los sentidos y abriendo el
apetito. Señalando con el índice un pequeño recipiente de cerámica que
contenía, según me explica la señorita Roy, crema de garbanzos con un chorrito
de aceite de oliva por encima, el señor Wadekar interrumpe el pequeño guirigay
que se había formado sobre el partido:
-- De este color era la arena del estadio, sin nada de
césped. Y con el terreno demasiado seco. Aunque, a decir verdad, por la mañana
habían estado regándolo, no lo hicieron ni con el tiempo de antelación ni el
tiempo necesario. A la media hora de haberlo regado el sol había evaporado
completamente la humedad del terreno de juego. Y en cuanto al tema de la
seguridad, quisiera que entendieseis, aquellos que os extrañáis de las medidas
adoptadas, que hasta hace cuatro días como aquel que dice, los dos países casi
estaban en guerra abierta. De hecho en la zona de Cachemira lo están. No, yo
creo que eran necesarias. Ahora, una vez allí la gente nos ha tratado de maravilla
solo las discrepancias, de los cuatro imbéciles mal educados, que en todos los
estadios existen emborronaron el evento. Que finalmente fue un gran existo
deportivo para ambas selecciones. –
El señor Wadekar, bien parecido, cara ruda y atractiva,
tenía aspecto de play boy de película; su Rolex, de oro blanco, y parecía que con
brillantes, sus cadenas de oro en la otra muñeca y su colgante de oro en el
cuello. Traje azul Marino, con unas rayas blancas muy finas, casi no se
percibían, y camisa rosa pastel pálido, con el cuello abierto, sin corbata.
Levantándose, desde su sitio, cogió un plato con brochetas de gambas asadas a
la brasa, igual que las que me comí en Mumbai, y las fue pasando por todos los
componentes de la mesa para que se sirvieran.
La reunión ya tenía otro cariz. Más sonrisas menos
tensión. Fluía la conversación sobre temas generales; los viajes que alguno de
ellos estaba programando, los proyectos que otro lleva en mente. La distensión
había sido conseguida. Al señor Rajesch se le notaba cara de satisfacción de
ver que las cosas se habían reconducido sin ninguna crispación adicional.
Después de los cafes y licores, se repartieron los grades
supositorios en forma de Montecristio nº. 2. Y a reglón seguido los discursos y
honores que se le daban a la señorita Roy. La tanda la abrió el responsable de
cultura; quien deleito a la concurrencia, que mantenía la risa como podía, con
todos los parabienes realizados y por hacer de su departamento. Quien entrego
un cuadro honorífico a la escritora en reconocimiento de su labor. Ella, en un
corto pero denso discurso, dejó claras sus ideas y se reafirmo en sus tesis
sobre la India
y sus gobernantes. Finalmente y cerrando el acto, habló el primer ministro;
parsimonioso, actuando como si estuviese delante de las cámaras de televisión y
en plena campaña electoral esparció, la benevolencia y buen hacer de su
gobierno, por todo el salón. Los comensales en mi mesa al oírlo no podían
esconder sus caras de incredulidad. Y alguna criticas soterradas, sobre…