jueves, 29 de enero de 2015

INDIA-13º. De mi paso por India.


La cojo por el brazo y nos dirigimos a unos de los tantos sofás del salón. Ella me lleva a su rincón preferido de la casa, donde estamos rodeados de fotos y recuerdos de su vida.

--Fíjese como era de joven y en lo que me he convertido.- me dice la señora señalándome con el dedo índice, huesudo y torcido por la edad, una de las fotos situadas a nuestro alrededor.

--Usted ya sabe que ha llegado a envejecer, yo no se si llegaré. — le contesto. Ella prosigue con la explicación de la foto.

--En ese tiempo yo estudiaba el un “college” de Londres. Allí cursé mis estudios de medicina. Si no lo sabe, soy doctora y he ejercido mi profesión durante cuarenta largos años aquí en mi país. La pobreza que de joven vi y la falta de asistencia médica de aquellos momentos crearon en mí el ansia de ser médico. En mi mente anidó la idea que podría ser útil para mis conciudadanos, y de verdad que me ha dado muchas satisfacciones. Aunque en muchos momentos de mi vida he estado a punto de tirar la toalla; la impotencia , la falta de materiales y medicinas, ver tanta desgracia y que ésta era, física y materialmente, imposible atenderla debidamente. Sí, en esos momentos lo pasé muy mal. —

--¿Donde ejerció su carrera, aquí en Delhi, o en alguna otra capital? Le pregunto.

--¡No, qué va! Yo pase unos años viajando por varias partes del país. Por zonas rurales. Al principio pasé un par de años en el hospital central en Delhi. Después me di cuenta que el propósito por el que yo había estudiado esta carrera no era el de acomodarme en una oficina. En mi mente era primordial poder ayudar a la gente desposeída. La gente que venía por aquel entonces al hospital no era gente pobre, sin medios. No, era la gente pudiente que a mi entender tenían capacidad para pagarse la atención medica privada. Pero como las leyes y los gobiernos lo permitían, ellos se aprovechaban. Y la gran masa de gente desasistida de los slums y áreas rurales moría sin que nadie les prestase la mínima atención. Las castas, las divinas castas, dejaban a centenares de millones fuera del sistema social. Esto hizo que me revelase contra aquella injusticia. Ahora después de, toda una vida dedicada a este fin, aportar un poco de atención y bien estar a esa gente, me he dado cuenta que mi aportación, aún siendo muy importante y de entrega total, solo ha sido una gota de agua dejada caer en medio del Pacifico. Ahora, eso sí, solo la satisfacción de ver los ojos de esperanza, tantas veces perdida, de las personas que visitaba valía todo el sacrificio realizado.—

La señora se emociona relatándome su vida. Yo escuchaba atentamente, seguía su relato ávido por conocer cosas de este país. Me fijo en un a fotografía en la que se le ve montada en un mulo cruzando una zona boscosa y le pregunto.

--¿Dónde fue tomada esta foto, iba de trabajo o haciendo ruta turística?-

--¡Turismo yo! No, no he tomado vacaciones nunca. Disfrutaba demasiado haciendo lo que me gustaba. No, esa foto fue tomada por un misionero cristiano, persona encantadora. Él cuando sabía que yo iba a llegar a la aldea, salía a mi encuentro. Cogía las riendas del animal y con una paciencia de santo, buscando los caminos menos escabrosos para evitarme el bamboleo de cuerpo, me guiaba a través del bosque. Era una aldea cercana a Venarassi, la cual visitaba muy de tarde en tarde. Visitando las aldeas encuentras el verdadero substrato del ser humano.

Personas que vivían, no se como, en la más pura miseria, analfabetos, sin ninguna ayuda. Se refugiaban en chamizos de barro y ramas que, con esfuerzo continuamente, consolidaban mezclando las defecaciones de los búfalos con barro. Anualmente las lluvias del monzón se las destruían, y vuelta a empezar. Ventanas abiertas, sin cristales, ni plásticos que las cubriese para evitar el viento y poder tener algo de intimidad en el interior. En estas zonas rurales, la mujer no es nada ni nadie. El hombre es el que manda y ordena. Muchas veces, en mis visitas por estas zonas, me he encontrado que después de haber hecho el viaje, horas de coches destartalados, horas a lomos de un mulo, he llegado a la aldea. Me he puesto a visitar las chozas y me he encontrado que la hija o el hijo de la familia no me han dejado entrar a visitar a la mujer enferma que habitaba en ella. La explicación; que el padre no quiere que la visite. Palabra sagrada que no se podía romper. Y si alguna vez se me ocurrió, aprovechando que el cabeza de familia no se encontraba presente, entrar en la cabaña y visitaba a la mujer, en visitas posteriores me enteraba de las palizas que los componentes de la familia habían sufrido por aquel acto mío de atrevimiento. Los destinatarios de las palizas eran siempre los componentes femeninos de la casa. —



Nos avisan que pasemos al comedor, estancia que también tenía puerta a la piscina. Me contraria que nos hayan roto el hilo de la charla. Mi interlocutora se encontraba concentrada en sus recuerdos y empezaban a fluirle, a deslizarse fácilmente por el tamiz de su memoria.

Pasamos a la sala contigua donde dos mesas, una larga ovalada y la otra ancha redonda, repletas de platos típicos del estado de Hartana; arroz blanco, pollo, cordero y mucha verdura. En una mesa secundaria, surtido de bebidas para elegir: cerveza india, coca cola, te, café, vino, güisqui. Salón amplio decorado con trabajos de seda enmarcados. Figuras de elefantes de varios tamaños, una jaula con un pájaro negro parlanchín que además silva como las personas; según el hijo del empresario, muy caro y difícil de conseguir, esta prohibida la caza de los mismos.

Los no existentes, las sombras color chocolate con leche, arrastrando sus pantalones de pijama a rayas y su camisa suelta deshilachada, con los pies desnudos, van pasando por delante de nuestras narices las preparaciones culinarias. En dos rincones del salón están situados, vestidos igual que los otros y con pies desnudos, también, los ceniceros vivientes. Solo con levantar el cigarrillo se acercan a recoger las cenizas, con el cenicero de plata en la mano. Estas personas, que usualmente viven en algún cobertizo en la parte más alejada de la casa, reciben comida, agua, te, y unos sueldos mínimos que pueden rondar los 30 euros mensuales, los hombre, las mujeres menos.

--¿Le gusta el arroz? ¿Está demasiado picante para usted?—con sus preguntas la doctora me hace volver a la realidad.

--Si, me gusta, no está demasiado picante ni apelmazado. Lo he probado con un pedazo de pollo y me ha sabido muy bien.--

Ella se aparta un poco de la mesa. Yo le sigo, mostrándole estar interesado en continuar con el tema que habíamos dejado antes de que nos llamasen para pasar al comedor. Dejando atrás a los demás, volvemos a su rincón. Allí reinicio la conversación.

--¿Sabría usted decirme el por qué de esa persecución y control de la mujer por parte de su marido o padre?—

--Hijo mío, eso va en nuestra cultura ancestral. Las que hemos podido salir y contactar con otras culturas de alguna manera nos hemos podido librar, no totalmente pero…, del poder totalitario de los hombres. Y las que no han tenido posibilidad de salir de su entorno y culturizarse un poco; aldeas, pueblos, extrarradios de las grandes capitales, no se han quitado de encima esa losa que acarrearan a lo largo de su vida.  Es más, aquí en la India, como en muchos países asiáticos, los recién nacidos, si son hembras tienen pocas posibilidades de llegar a la pubertad. —

--¡Si! ¿Por qué? ¿Cogen enfermedades o infecciones, es ese el motivo?- Pregunto ingenuamente.

--No, no es debido a cosas naturales. Se debe a costumbres arraigadas en los pueblos que durante siglos han ido mermando la población femenina. El motivo es la dote que los padres deben de preparar si quieren casar a sus hijas. Y como estas no son productivas, los hijos si lo son, para deshacerse de ellas las matan. Con esto evitan el gasto de la dote; entre arreglos de la casa para el casamiento, comprarle cosas para la hija y la dote en sí; dinero, campos, ganado, que se le entrega al padre del novio para que acepte el matrimonio; el gasto puede llegar a ser de entre 20.000 y 35.000 euros. Si uno se para a pensar en que una persona no cualificada tiene un salario mínimo de 2.000 Rs, al mes (36 euros), pronto se da cuenta que es una carga social demasiado grande, que ha llevado a la barbarie sufrida a lo largo de los siglos y que, hoy todavía[i], sigue vigente en algunas partes. —

--¿Y las madres dejan morir a sus hijas? Eso me parece una salvajada. —

--La salvajada es más grande. No las dejan morir, las matan. —Dice estas palabras, con un sentimiento de pesar y angustia, como si le saliesen del corazón. Su cara, aún se arruga más, si cabe, cuando cierra los ojos para contener las lágrimas. Sus manos, piel de pasa con marcadas venas oscuras, reflejan un ánimo sereno, cuando las reposa, una sobre la otra, en el sari que cubre sus piernas.

--¿Como que las matan, eso como puede ser? Le pregunto, incrédulo y un poco excitado.

--Ahora que estamos solos voy a relatarte lo que una madre me contó. De esto ya hace muchos años. Esto sucedió en una aldea del estado de Tamil Nadul.—Y sigue contandome

--Kashmi ya tenía una hija, de manera que cuando dio luz a la segunda, ella la mató. Al tercer día de vida de la recién nacida tomó la decisión de no alimentarla. Entonces, para acallar los lloros de la hambrienta niña, esta señora elaboró una preparación con leche exprimida de las hojas de una planta y la mezcló con aceite de castor. Luego forzó a la niña a que se tragase esa poción venenosa. La niña empezó a sangrar por la nariz y al poco tiempo murió. Los vecinos de la aldea ayudaron a enterrarla. Gente que en su situación, seguramente, ya habían actuado de la misma manera. Cuando le pregunté qué como había podido tener valor para hacerlo, me respondió: si no la hubiera muerto, posiblemente su marido la hubiera matado para no aportar una buena dote al matrimonio. Y además, para que sufra lo que yo he sufrido, es mejor que me deshiciese de ella. Una hija es siempre responsabilidades, como iba a poder tener dos.[ii] — Al terminar el relato me indica que iba acostarse, que no se encontraba bien. Le pedí perdón por haber abusado de su hospitalidad. Me apretó mi mano entre las suyas, con tacto cerúleo, y cogida del brazo de su hija se retira.

Me quedo observando las fotos; la doctora con la Reina de Inglaterra, con la Madre Teresa de Calcuta, con los reyes de Jaipur; según la explicación del pie de foto, en el hospital, aún siendo muy joven, rodeada de compañeros de la profesión. Hay una que por el lugar que ocupa entre las demás, parece algo especial. La doctora con su hija y el Taj Mahal al fondo. Al pie de la misma está escrito “Viaje inolvidable; unidas en la historia”. La hija, que baja de acostar a su madre, me encuentra mirando la foto.

--Fue un viaje realmente hermoso. A la vuelta de mi estancia en Inglaterra mi madre organizó un viaje para visitar las ciudades, que según ella, debía conocer. Visitamos Calcuta, Benarés, Bombay y Agra. Organizado sólo para nostras dos, solas, sin acompañantes ni servicio. Mi madre quería que conviviésemos y compartiéramos vivencias, sin intermediarios. Y al mismo tiempo mostrarme realidades de nuestro país que hasta ese momento habían permanecido desconocidas para mí. —me cuenta recordándolo con añoranza y con preocupación de ver que su madre se está apagando.



[i]As John-Thor Dahlburg points out, "in rural India, the centuries-old practice of female infanticide can still be considered a wise course of action."
[ii] As John-Thor Dahlburg points out, "in rural India, the centuries-old practice of female infanticide can still be considered a wise course of action."

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