Llegamos a una encrucijada de calles, toma una de ellas bastante amplia, los coches como en procesión, avanzan lentamente. A ambas partes de la calle hileras de tenderetes de todo tipo ofrecen sus productos o servicios; tiendas de ropa de 5ª mano, mecánicos de bicicletas, técnicos en motoricksaws, almacenes de neumáticos, de madera. Los dueños sentados a la puerta de sus locales con gente que pasa la mañana charlando, haciéndoles compañía, esperan la visita de alguien interesado en sus productos, Los barberos en las aceras, con un espejo colgado de algún árbol, con pozal de agua al lado y una silla destartalada, acicalan a sus clientes. Algunos de ellos tienen cola. Les afeitan, cortan el pelo, les limpian las orejas, cortan los pelos de las orejas y de las cejas, los de la nariz y le pulen los bigotes.
Paramos en la misma calle. Nos bajamos del taxis. Los coches tienen que hacer un zigzag para no pegarse con el. Allí esta el restaurante de Mahmmud. Me invita a comer. Yo por costumbre, en mis viajes por estos países nunca como fuera de los hoteles, y recomiendo que se haga así, es peligroso no hacerlo. Rechazo educadamente la invitación. Pero le acompaño durante la comida.
El restaurante esta situado casi en la misma carretera, la profundidad del mismo es de un metro y medio por unos dos y medio de fachada. Sin mesas ni sillas. A la parte de fuera, ya acera o carretera, se sitúa un banco con cuatro mugrientas perolas, y otro banco con un hornillo con dos sartenes muy grandes y otra perola grande llena de arroz blanco. Mahmmud pide arroz con salsa picante. Coge dos cajones de frutas vacíos que hay en los alrededores y se sienta en unos de ellos y me pasa el otro a mí.
Yo del quiosco de al lado del restaurante compro cigarrillos y una botella de agua. La conversación entre los que hay comiendo y el dueño del restaurante fluye fácilmente, como las moscas entre las perolas y los platos. El dueño me cuenta, me traduce Mahmmud, que su establecimiento es ilegal, como casi todos los de la calle, pero que ya esta allí va para cuatro años y aún no ha ido nadie a molestarle. Solo algunos policías, que mientras los tenga alimentados gratis y les de alguna prebenda no se pondrán con él. Pago la comida del taxista, 22 pesetas al cambio, y nos marchamos hacia el Club de Cricket.
Jardín con la manicura bien atendida. Jaguares, Porches, Mercedes de todos los modelos se alinean en el parking privado del club. Edificio colonial vetusto. Recepción oscura, todo el hall forrado de madera. El mostrador de la recepción te recibe con un escrito en el frontis, sobre una placa metálica, en el que se indica; que el recinto esta reservado solo a los socios y que no se permite la entrada a nadie que no lo sea, si no va acompañado por algún componente del club. Sobresaliendo por encima del mostrador los ojos cansinos y aburridos, detrás de unas gafas con marco negro grueso que soportan el peso de unas lentes gordas, del recepcionista cansado de dar cabezazos al paso de los ricos componentes de esta prole.
Me presento y le indico que vengo a reunirme con Mr. Hillnock. A lo que el responde invitándome a sentarme en un sillón, justo a la entrada del hall. Le agradezco la amabilidad y me dedico a ojear las multitud de fotos colgadas en las paredes que hacen referencia al historial heroico del club; los principales jugadores que han pasado por este, las personalidades que lo han visitado y una amplia vitrina con todos los trofeos conseguidos por el mismo.
Mr. Hillnock firma en el libro de la recepción, responsabilizándose de mi entrada en los locales privados del ente. Le sigo y me introduce por unas amplias puertas que dan paso a un gran salón interior. Allí varios socios, bien vestidos y guardando las formas sociales, charlan relajadamente o leen los periódicos, normalmente The Times of India. Cruzamos esta estancia y nos dirigimos a una terraza porticada situada enfrente mismo del campo de críquet. Alli, en el campo, los componentes del equipo están realizando su sesión de entrenamiento, en los aledaños del campo pululan los cuidadores del mismo.
Los pórticos de la terraza enmarcan una vista agradable, con el verde campo delante y al fondo una frondosa arboleda. Delante mismo de esta terraza se esparcen hamacas blancas y sobrillas amarillas puestas al sol para que los socios que lo desean puedan disfrutas tostándose la piel tranquilamente, que contrastan con el verde entorno. Nosotros nos sentamos en los sillones de la terraza, de mimbre con almohadones con los colores y escudo del club.
Me invita a comer algo. Pido un Sándwich de queso y jamón y coca-cola, él un té negro del Nepal, hojas de plata, según me indica el señor Hillnock, uno de los mejores y más caros del mundo. Yo asiento, y pongo mi cara de satisfacción por encontrarme con un señor tan importante, en un lugar tan distinguido, tomándose un te tan caro…
Continuamos con nuestros negocios. Le muestro los catálogos y hablamos de precios. Él me explica la situación económica de la India; aquí se esta empezando la introducción de la mujer en las áreas productivas, factorías manufactureras, oficinas, grandes almacenes. Ahora los matrimonios ya empiezan a trabajar los dos. Esto esta dando paso a que ya se puedan empeñar en la compra de un piso. Presentan las nominas al banco y si el banco les aprueba la hipoteca ya consiguen su vivienda particular. Un matrimonio joven, trabajando ambos jornadas de 12 horas 6 días por semana, viene a ganar unas 6000 IR (100 euros mensuales). Ya pueden comprarse una vivienda de un coste de 30 lakhs, 18000 euros, a pagar en 20 0 30 años. Esto conlleva que también se ha incrementado la compra de mobiliario muy económico y el acondicionamiento de las viviendas. De hecho Mumbai hierve de actividad. Aquí la actividad es durante las 24 horas del día, noche y día. Pero el poder económico sigue siendo muy bajo.
En fin, que los precios de los productos que le muestro no le interesan, Piensa que no va a poder trabajarlos con los márgenes debidos para sacarle el fruto que él busca. Según él los impuestos sobre las importaciones son de un 50%, lo que imposibilita el poder trabajar ciertos productos. Se que es verdad y le acepto la aclaración.
Malabar Hill la colina residencial por excelencia de la gente rica. A sus pies la famosa playa de Chowpatty: mar bravío y sucio no apto para el baño. Por las tarde se convierte en un parque temático en el que puedes encontrar de todo; quioscos de bebida y comida, repartidores de hielo, que lo reparten en bicicletas, acróbatas, vendedores de todo tipo; flautas de caña, maderas con incrustaciones que mojándolos en una esponja impregnada de hena te puedes realizar tu mismo los tatuajes, globos, mazorcas, bailarines, escultores y mucha gente paseando, mientras los niños juguetean en la arena, disfrutando de los últimos rayos del sol y de la brisa fresca del mar de Arabia.
Mahmmud me invita a refrescarnos le acepto la oferta. Empezamos a deambular por la playa mirando el variopinto mundo que se desplegaba a nuestro alrededor. Llegamos cerca de un carromato cargado de cocos verdes y Mahmmud coge un banco para sentarnos y dos banquetas pequeñas para los pies. Allí que pongo mis posaderas en espera de lo que el taxista preparaba. Él se acercó al chico del carromato y le pide un par de cocos preparados para tomar allí mismo. Nos los sirve al banco. Aquí tienes una botella de agua natural con tapón natural, me dice Mahmmud, haciendo mención a la manía que los extranjeros tenemos en llevar siempre nuestra botella de agua individual detrás. Cosa que también recomiendo encarecidamente. La tarde transcurre plácidamente. Los sonidos cansinos y repetitivos de las canciones de amor que emiten los altavoces de los diferentes carricoches, hindis y musulmanes, que venden sus productos en la zona, son la letanía constante.
El sol grande, naranja encendido, se esta yendo a llevar el amanecer a otros países. El aire fresco del mar hace que la tarde se vuelva agradable, aunque los olores malolientes del agua, arrastrados por la brisa no me dejan disfrutar en plenitud de un momento especial en este país.
Ya de vuelta pasamos cerca de Las Torres del Silencio, justamente detrás de Los Jardines Colgantes, son del templo de los Parsi. Seguidores de una de las religiones más viejas del mundo, siete siglos antes de Cristo, adoradores del fuego. Seguidores de la filosofía del profeta persa Zoroastro que llegaron a la India huyendo de la islamisación de Persia por los Musulmanes. Entre sus creencias esta la no contaminación del fuego, aire, tierra o el agua.
Para evitar este tipo de contaminación, cuando algún seguidor de esta religión muere, se deposita su cuerpo en las torres del silencio. Allí expuesto al aire libre, las aves de rapiña dan cuenta de él. Cuando el cuerpo se ha quedado con los huesos mondos y lirondos, caen al foso de dicha torre. En el fondo del mismo hay ácido que hace desaparecer completamente los restos. Este templo esta situado en el barrio más rico de la ciudad. No se permite la vista.
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