La cojo por el brazo y nos dirigimos a unos de los tantos
sofás del salón. Ella me lleva a su rincón preferido de la casa, donde estamos
rodeados de fotos y recuerdos de su vida.
--Fíjese como era de joven y en lo que me he convertido.-
me dice la señora señalándome con el dedo índice, huesudo y torcido por la
edad, una de las fotos situadas a nuestro alrededor.
--Usted ya sabe que ha llegado a envejecer, yo no se si
llegaré. — le contesto. Ella prosigue con la explicación de la foto.
--En ese tiempo yo estudiaba el un “college” de Londres.
Allí cursé mis estudios de medicina. Si no lo sabe, soy doctora y he ejercido
mi profesión durante cuarenta largos años aquí en mi país. La pobreza que de joven
vi y la falta de asistencia médica de aquellos momentos crearon en mí el ansia
de ser médico. En mi mente anidó la idea que podría ser útil para mis
conciudadanos, y de verdad que me ha dado muchas satisfacciones. Aunque en
muchos momentos de mi vida he estado a punto de tirar la toalla; la impotencia ,
la falta de materiales y medicinas, ver tanta desgracia y que ésta era, física
y materialmente, imposible atenderla debidamente. Sí, en esos momentos lo pasé
muy mal. —
--¿Donde ejerció su carrera, aquí en Delhi, o en alguna
otra capital? Le pregunto.
--¡No, qué va! Yo pase unos años viajando por varias
partes del país. Por zonas rurales. Al principio pasé un par de años en el
hospital central en Delhi. Después me di cuenta que el propósito por el que yo
había estudiado esta carrera no era el de acomodarme en una oficina. En mi
mente era primordial poder ayudar a la gente desposeída. La gente que venía por
aquel entonces al hospital no era gente pobre, sin medios. No, era la gente
pudiente que a mi entender tenían capacidad para pagarse la atención medica
privada. Pero como las leyes y los gobiernos lo permitían, ellos se
aprovechaban. Y la gran masa de gente desasistida de los slums y áreas rurales moría
sin que nadie les prestase la mínima atención. Las castas, las divinas castas,
dejaban a centenares de millones fuera del sistema social. Esto hizo que me
revelase contra aquella injusticia. Ahora después de, toda una vida dedicada a
este fin, aportar un poco de atención y bien estar a esa gente, me he dado
cuenta que mi aportación, aún siendo muy importante y de entrega total, solo ha
sido una gota de agua dejada caer en medio del Pacifico. Ahora, eso sí, solo la
satisfacción de ver los ojos de esperanza, tantas veces perdida, de las
personas que visitaba valía todo el sacrificio realizado.—
La señora se emociona relatándome su vida. Yo escuchaba
atentamente, seguía su relato ávido por conocer cosas de este país. Me fijo en
un a fotografía en la que se le ve montada en un mulo cruzando una zona boscosa
y le pregunto.
--¿Dónde fue tomada esta foto, iba de trabajo o haciendo
ruta turística?-
--¡Turismo yo! No, no he tomado vacaciones nunca.
Disfrutaba demasiado haciendo lo que me gustaba. No, esa foto fue tomada por un
misionero cristiano, persona encantadora. Él cuando sabía que yo iba a llegar a
la aldea, salía a mi encuentro. Cogía las riendas del animal y con una
paciencia de santo, buscando los caminos menos escabrosos para evitarme el
bamboleo de cuerpo, me guiaba a través del bosque. Era una aldea cercana a
Venarassi, la cual visitaba muy de tarde en tarde. Visitando las aldeas
encuentras el verdadero substrato del ser humano.
Personas que vivían, no se como, en la más pura miseria,
analfabetos, sin ninguna ayuda. Se refugiaban en chamizos de barro y ramas que,
con esfuerzo continuamente, consolidaban mezclando las defecaciones de los
búfalos con barro. Anualmente las lluvias del monzón se las destruían, y vuelta
a empezar. Ventanas abiertas, sin cristales, ni plásticos que las cubriese para
evitar el viento y poder tener algo de intimidad en el interior. En estas zonas
rurales, la mujer no es nada ni nadie. El hombre es el que manda y ordena.
Muchas veces, en mis visitas por estas zonas, me he encontrado que después de
haber hecho el viaje, horas de coches destartalados, horas a lomos de un mulo,
he llegado a la aldea. Me he puesto a visitar las chozas y me he encontrado que
la hija o el hijo de la familia no me han dejado entrar a visitar a la mujer
enferma que habitaba en ella. La explicación; que el padre no quiere que la
visite. Palabra sagrada que no se podía romper. Y si alguna vez se me ocurrió,
aprovechando que el cabeza de familia no se encontraba presente, entrar en la
cabaña y visitaba a la mujer, en visitas posteriores me enteraba de las palizas
que los componentes de la familia habían sufrido por aquel acto mío de
atrevimiento. Los destinatarios de las palizas eran siempre los componentes
femeninos de la casa. —
Nos avisan que pasemos al comedor, estancia que también
tenía puerta a la piscina. Me contraria que nos hayan roto el hilo de la
charla. Mi interlocutora se encontraba concentrada en sus recuerdos y empezaban
a fluirle, a deslizarse fácilmente por el tamiz de su memoria.
Pasamos a la sala contigua donde dos mesas, una larga ovalada
y la otra ancha redonda, repletas de platos típicos del estado de Hartana;
arroz blanco, pollo, cordero y mucha verdura. En una mesa secundaria, surtido
de bebidas para elegir: cerveza india, coca cola, te, café, vino, güisqui.
Salón amplio decorado con trabajos de seda enmarcados. Figuras de elefantes de
varios tamaños, una jaula con un pájaro negro parlanchín que además silva como las
personas; según el hijo del empresario, muy caro y difícil de conseguir, esta
prohibida la caza de los mismos.
Los no existentes, las sombras color chocolate con leche,
arrastrando sus pantalones de pijama a rayas y su camisa suelta deshilachada,
con los pies desnudos, van pasando por delante de nuestras narices las
preparaciones culinarias. En dos rincones del salón están situados, vestidos
igual que los otros y con pies desnudos, también, los ceniceros vivientes. Solo
con levantar el cigarrillo se acercan a recoger las cenizas, con el cenicero de
plata en la mano. Estas personas, que usualmente viven en algún cobertizo en la
parte más alejada de la casa, reciben comida, agua, te, y unos sueldos mínimos
que pueden rondar los 30 euros mensuales, los hombre, las mujeres menos.
--¿Le gusta el arroz? ¿Está demasiado picante para
usted?—con sus preguntas la doctora me hace volver a la realidad.
--Si, me gusta, no está demasiado picante ni apelmazado.
Lo he probado con un pedazo de pollo y me ha sabido muy bien.--
Ella se aparta un poco de la mesa. Yo le sigo,
mostrándole estar interesado en continuar con el tema que habíamos dejado antes
de que nos llamasen para pasar al comedor. Dejando atrás a los demás, volvemos
a su rincón. Allí reinicio la conversación.
--¿Sabría usted decirme el por qué de esa persecución y
control de la mujer por parte de su marido o padre?—
--Hijo mío, eso va en nuestra cultura ancestral. Las que
hemos podido salir y contactar con otras culturas de alguna manera nos hemos
podido librar, no totalmente pero…, del poder totalitario de los hombres. Y las
que no han tenido posibilidad de salir de su entorno y culturizarse un poco;
aldeas, pueblos, extrarradios de las grandes capitales, no se han quitado de
encima esa losa que acarrearan a lo largo de su vida. Es más, aquí en la India, como en muchos
países asiáticos, los recién nacidos, si son hembras tienen pocas posibilidades
de llegar a la pubertad. —
--¡Si! ¿Por qué? ¿Cogen enfermedades o infecciones, es
ese el motivo?- Pregunto ingenuamente.
--No, no es debido a cosas naturales. Se debe a
costumbres arraigadas en los pueblos que durante siglos han ido mermando la
población femenina. El motivo es la dote que los padres deben de preparar si
quieren casar a sus hijas. Y como estas no son productivas, los hijos si lo
son, para deshacerse de ellas las matan. Con esto evitan el gasto de la dote;
entre arreglos de la casa para el casamiento, comprarle cosas para la hija y la
dote en sí; dinero, campos, ganado, que se le entrega al padre del novio para
que acepte el matrimonio; el gasto puede llegar a ser de entre 20.000 y 35.000
euros. Si uno se para a pensar en que una persona no cualificada tiene un
salario mínimo de 2.000 Rs, al mes (36 euros), pronto se da cuenta que es una
carga social demasiado grande, que ha llevado a la barbarie sufrida a lo largo
de los siglos y que, hoy todavía[i],
sigue vigente en algunas partes. —
--¿Y las madres dejan morir a sus hijas? Eso me parece
una salvajada. —
--La salvajada es más grande. No las dejan morir, las
matan. —Dice estas palabras, con un sentimiento de pesar y angustia, como si le
saliesen del corazón. Su cara, aún se arruga más, si cabe, cuando cierra los
ojos para contener las lágrimas. Sus manos, piel de pasa con marcadas venas
oscuras, reflejan un ánimo sereno, cuando las reposa, una sobre la otra, en el
sari que cubre sus piernas.
--¿Como que las matan, eso como puede ser? Le pregunto,
incrédulo y un poco excitado.
--Ahora que estamos solos voy a relatarte lo que una
madre me contó. De esto ya hace muchos años. Esto sucedió en una aldea del
estado de Tamil Nadul.—Y sigue contandome
--Kashmi ya tenía una hija, de manera que cuando dio luz
a la segunda, ella la mató. Al tercer día de vida de la recién nacida tomó la
decisión de no alimentarla. Entonces, para acallar los lloros de la hambrienta
niña, esta señora elaboró una preparación con leche exprimida de las hojas de
una planta y la mezcló con aceite de castor. Luego forzó a la niña a que se
tragase esa poción venenosa. La niña empezó a sangrar por la nariz y al poco
tiempo murió. Los vecinos de la aldea ayudaron a enterrarla. Gente que en su
situación, seguramente, ya habían actuado de la misma manera. Cuando le
pregunté qué como había podido tener valor para hacerlo, me respondió: si no la
hubiera muerto, posiblemente su marido la hubiera matado para no aportar una
buena dote al matrimonio. Y además, para que sufra lo que yo he sufrido, es
mejor que me deshiciese de ella. Una hija es siempre responsabilidades, como
iba a poder tener dos.[ii]
— Al terminar el relato me indica que iba acostarse, que no se encontraba bien.
Le pedí perdón por haber abusado de su hospitalidad. Me apretó mi mano entre
las suyas, con tacto cerúleo, y cogida del brazo de su hija se retira.
Me quedo observando las fotos; la doctora con la Reina de
Inglaterra, con la Madre Teresa de Calcuta, con los reyes de Jaipur; según la
explicación del pie de foto, en el hospital, aún siendo muy joven, rodeada de
compañeros de la profesión. Hay una que por el lugar que ocupa entre las demás,
parece algo especial. La doctora con su hija y el Taj Mahal al fondo. Al pie de
la misma está escrito “Viaje inolvidable; unidas en la historia”. La hija, que
baja de acostar a su madre, me encuentra mirando la foto.
--Fue un viaje realmente hermoso. A la vuelta de mi
estancia en Inglaterra mi madre organizó un viaje para visitar las ciudades,
que según ella, debía conocer. Visitamos Calcuta, Benarés, Bombay y Agra.
Organizado sólo para nostras dos, solas, sin acompañantes ni servicio. Mi madre
quería que conviviésemos y compartiéramos vivencias, sin intermediarios. Y al
mismo tiempo mostrarme realidades de nuestro país que hasta ese momento habían
permanecido desconocidas para mí. —me cuenta recordándolo con añoranza y con
preocupación de ver que su madre se está apagando.
[i]As
John-Thor Dahlburg points out, "in rural India, the centuries-old practice
of female infanticide can still be considered a wise course of action."
[ii] As John-Thor Dahlburg points out, "in
rural India,
the centuries-old practice of female infanticide can still be considered a wise
course of action."