lunes, 26 de enero de 2015

INDIA-11 De mi paso por la India



Luces parpadeantes, imágenes de diferentes Devas de los dioses hindúes pegadas al parabrisas, otras colgadas del techo de lona, música hindú en los altavoces, asientos tapizados en plástico rojo granate, en fin mi vehículo para la aventura nocturna estaba perfectamente acondicionado para lanzarse a descubrir la ciudad. El conductor un chaval de unos treinta y cinco años, algo envejecido. Pelo negro, patillas largas y bigote bien poblado y arreglado. Como bien me indico el door man, viene con camisa blanca y corbata. Bueno pues allá que vamos. Primero le digo que sea el que me organice una vuelta para poder apreciar las cosas más destacadas de la noche Mumbaii. La respuesta, OK! Veo que su nivel de inglés es más que aceptable, entonces vía libre.

El motor del motoricksaw junto con la música se convierte en un dolor de cabeza insoportable. Hago que pare los altavoces de la parte trasera. Zigzagueando entre los camiones que entran a esta hora a descargar a los centros comerciales y mercados de la ciudad, nos vamos adentrando en el corazón de la misma. Llegamos a la cornisa marítima. Desde el paseo se pueden distinguir las luces de los centenares de chiringuitos de la playa. Pasamos por los hoteles más importantes, lugares de reunión, y donde se desarrolla la mayor parte de la vida nocturna, de la gente pudiente en Mumbai. Subimos a los jardines colgantes, desde donde se ofrece una vista de toda la bahía muy bonita. La noche, fresca, ayuda a que el paseo sea agradable.

Las calles han cambiado de aspecto. Ya no son las avenidas amplias y ajardinadas por las que hemos pasado. Estas son de tierra, con baches, piedras, cañerías de desagüe al aire, charcos de los mismos, olores difíciles de explicar. Algunas ratas nos acompañan en la visita. Seres que, salidos no se sabe de que antro o tumba, deambulan llenando la capacidad de las calles. Farolitos rojos, rejas de hierro que encierran detrás de las ventanas, vidas en flor que han sido cortadas de sus raíces y puestas a la venta.

Dando saltos dentro del motocarro, tambaleándome de lado a lado, voy penetrando dentro un mundo de miseria y degradación profunda. Falklandsroad, para muchos “Fucklandroad” Hindis, musulmanes, inválidos, niños mezclados con una marabunta humana en busca de sexo. Casitas de una altura con fachadas alicatadas con azulejos a pedazos recogidos de cualquier escombrera. Maquinas de coca cola en las puertas de burdeles. Mujeres jóvenes con apariencia de viejas, jovencitas muestran sus cuerpos por las ventanas envueltas en ligeros tules de colores. Caras que reflejan su enterramiento en vida en estos antros.

La insalubridad esta presente en todos los rincones de la zona. La sensación de que la muerte aquí tiene un supermercado “cash & carry” de libre acceso para la inculta y desinformada masa que la visita, es reforzada por los ojos y caras del producto a la venta. Niñas traídas de las zonas internas del país. Vendidas a los proxenetas que negocian con sus cuerpos a cambio de una nevera para los padres y algún plato de comida para ellas. Viven, trabajan, comen, duermen, en cubículos de un metro y medio por dos de paredes sucias, mugrientas. Seres dominados y controlados por viejas rameras que, al no estar en edad de poder ofrecerse como objeto de deseo, desempeñan el papel de guardianes para los proxenetas.

Los famosos “girl-boys”, travestís, paseando su palmito entre los roedores que corretean por los escombros, buscando su medio de vida en este mercado de la carne, maquillados como estrellas de Bollywwod a la caza de jóvenes desarraigados. Niñas que se sienten afortunadas de haber sido vendidas porque han tenido la posibilidad de escapar al infanticidio, constante y persistente, llevado a cabo por las familias que no quieren más hijas, no son productivas. Familias que debido a su profunda ignorancia, atadas por creencias religiosas y por la falta de leyes y una educación adecuada, no ponen solución alguna a los embarazos. El gobierno mira hacia otra parte, solo cuando es tiempo de elecciones se acuerda de ellas. En esos momentos a cambio de comida, lavados de cerebro y amenazas encubiertas, los políticos consiguen lo que buscan de estos escombros humanos que no tienen posibilidad de vislumbrar luz alguna para salir de este pozo.

La zona en expansión donde el crecimiento de la ciudad es prospero y los edificios crecen como amapolas en primavera, descarga mi mente del espectáculo anterior. Aquí la arquitectura brilla; edificios modernos, líneas extrañas en este país, colmenas para hacinar gente y oficinas. La imagen de la zona te hace pensar que has cambiado de ciudad o de país, pero no hay que engañarse. En el substrato de todo este movimiento constructor esta la mafia. Los Dons, como se conoce a los jefes, están presentes en todos los estratos de la ciudad. Bollywood también esta siendo desde hace algún tiempo victima de esta organización, y bien lo saben aquellos que no han aceptado las demandas de los Dons, varios han aparecido asesinados últimamente .

La noche va dando paso a la penumbra del amanecer cuando llegamos al mercado central. El bullicio de la descarga de camiones, el griterío de la gente haciendo sus compras, muestra la actividad frenética que esta ciudad soporta. Las frutas, hortalizas, verduras, especias, comparten un espacio amplio de techo bajo, en cuyos pasillos los comerciantes regatean los precios y calidades de las mercancías. Aquí vuelven a aparecer las vacas sagradas. Rumiando alrededor de la parte trasera de los muelles de carga, donde todos los desperdicios se amontonan. Ellas , las vacas , y gente que busca algo que llevarse a la boca, o que puedan vender en sus tiendas en los slums, a otras que no pueden ni salir de los mismos al no tener bicicleta ni dinero para alquilar un ricksaw.

En este mercado empieza el reparto de productos dentro de la cadena alimenticia, el cual, suministra los diferentes mercados existentes en los varios niveles de la sociedad. Aquí se compra para los grandes hoteles, restaurante y tiendas distinguidas del centro. Más tarde compran las sobras las tiendas de los extrarradio, así consiguen precios admisibles para sus zonas de influencia. Más tarde los negociantes individuales que compran, cargan su bicicleta y venden en cualquier esquina; mandarinas, limones con los que hacen limonada, mezclando el zumo del limón con agua y hielo. Finalmente los recogedores de los desperdicios, frutas demasiado madura, las hojas externas de hortalizas y verduras para los barrios de chabolas en lo que viven y se ganan la vida.

Ya despunta el día cuando llegamos al mercado de los ladrones, el Chor Market, donde se pueden encontrar una amplia selección de antigüedades de segunda mano. Y todo tipo de productos que, posiblemente, a principios de la noche, estaban en viviendas particulares, o funcionando a todo volumen en coches de gama alta de la ciudad.

Antes de retirarme a dormir, le indico al “piloto”, que me gustaría visitar los lavaderos de ropa. Allí nos dirigimos. Paseo corto y lugar de fácil localización. Bajo un puente de la autopista que lleva a mi hotel se abre una zona de 2000 metros cuadrados dedicada exclusivamente a los lavaderos. Hileras de pilas, juntas una al lado de otra. Colmena con los agujeros llenos de agua. En cada una de ellas un hombre o niño, de pie sobre el borde de las mismas, vapulean prendas sobre los laterales de las pilas, las friegan con jabón y vuelven a vapulear. Finalmente las cuelgan sobre la telaraña de hilos de tender esparcidos por todo el recinto, esto esta a cargo de mujeres o niñas. El color marrón de las pilas, mulato aceitunado de los cuerpos medio desnudos y el de las aguas turbias, contrastan con el blanco brillante arrancado por el sol de las sabanas colgadas y los amarillos, azules, verdes anaranjados y el azafrán, siempre presente en esta colorida ciudad. Las chabolas de los trabajadores de esta industria están instaladas a los lados de la zona de trabajo. Donde viven generación tras generación. Los hijos heredan el puesto y la pila del padre.

Estando con el motocarro aparcado en la orilla de la carretera, veo venir a lo lejos un elefante con un chaval en la canastilla. Le indico a mi “piloto” que me gustaría subir y si eso sería posible. Sin preguntar me contesta afirmativamente. Esperamos a que llegue a nosotros, le hace la señal de que pare y habla con el chico. Lo organiza todo y me dirijo a subir a lomos del elefante. Parecía fácil, pero no lo es. Hace que el elefante se siente, y apoyándome sobre las patas traseras, agarrándome de la cola y la mano que el chaval me tiende, finalmente logro alcanzar la cima. Él se sienta sobre el cuello del paquidermo y nos damos un paseo, por medio del tráfico, de unos diez minutos. Me devuelve al punto de partida y no quiere dejarme bajar si no le pago antes. Le digo que no se preocupe, que no hay ningún problema. Me deja bajar y yo le digo a mi acompañante que negocie con él el precio. La respuesta llega pronto. 200 Rs dice que le tienes que pagar. Me parece caro y le doy 100Rs. El chaval ni corto ni perezoso, dirige al elefante hacia el motocarro y hace que descargue la trompa sobre el techo del mismo. El conductor asustado me dice que le de lo me que pide que si no aplastara el vehículo. Yo me hago el remolón. Entonces el animal, a la orden de su dueño, levanta una de las patas delanteras y la deposita sobre el estribo del motoricksaw. Este empieza a tambalearse y su dueño a pedirme por favor que pague, que le va a destrozar su medio de vida. Finalmente accedo y le doy 300Rs. Y le hago saber que todo era una broma y que no había ninguna mala intención en mi acción. Coge los billetes, nos damos la mano y aparta al animal del vehículo.

Llegamos de vuelta al hotel. Pago el servicio del motoricksaw, 400Rs, unos 7,36 euros, le doy 500Rs. Paso al restaurante, salgo a la terraza del mismo y me sirven un desayuno copioso que me va a servir como comida única del día hasta la hora de la cena.

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