domingo, 15 de febrero de 2015

INDIA.-18º. De mi paso por la India.


¡OH! hotel dulce hotel, me digo cuando veo su silueta aparecer a lo lejos delante de mí. Finalmente llegamos. La visión de la chavola y el contraste al entrar al hall del hotel, con su mármol, grandes ramos de flores, suntuosidad y lujo exagerado, me dejan un poco trastabillado. Y eso que ya llevo uno días en el país y debería de haberme inmunizado.

 Pero no, sigo sin acostumbrarme. Me acerco a la recepción para ver si ha llegado algún mensaje o carta y si se había llevado a cabo la desinfección de la habitación. Me indican que hay un mensaje para que llame a un teléfono, y que la desinfección se había llevado a cabo de buena mañana. Me lo dan y veo que es del señor Rajesch. Le llamo. Me pregunta si me apetecería asistir con él a una cena organizada en honor de una escritora amiga. Por la hora que era, ya un poco tarde, le pregunto que cuanto tiempo tengo para ducharme y adecentarme. Me indica que no hay ninguna prisa, que en una hora y media pasaría a recogerme. Acepto la invitación y cojo el ascensor con unas ganas locas de desnudarme y dejar que el chorro de la ducha me refresque y descanse.



Un ambiente glamoroso y hasta cierto punto occidental, se abre ante mí al entrar en la sala de baile del hotel Imperial. La gente viste de etiqueta, algunos con esmoquin y pajarita, en medio de la fiesta de color que son los saris de las hindúes. Los camareros pululan entre los grupos de personalidades allí presentes; primer ministro y representantes de la oposición, algunas figuras famosas del equipo nacional de críquet, y representantes del mundo de la cultura. Yo me mantengo al lado del señor Rajesch, para evitar las presentaciones. Las conversaciones, quizás, más risas y algarabía falsa que otra cosa, discurren relajadamente. Una señora occidental, creo que inglesa, de pelo rojo con mechas rubias y con vestido azul cobalto de noche, contrasta con la finura de las hindúes. La pelirroja parecía tener carencia por la tertulia que se desarrollaba en el grupo del primer ministro, al que delicadamente, cogía por el brazo, mostrando una sonrisa amplia y de complicidad, que intentaba tapar con su bolso de mano plateado.

El salón con rasgos coloniales es un rectángulo amplio, rodeado de anchas ventanas que daban al jardín de la piscina. Los muros entre ventana y ventana cubiertos con altos espejos, sobre los cuales rematando la decoración, caían ramilletes de lirios amarillos. Por encima de las flores, lámparas de dos brazos que formando delicadas curvas terminaban en una tulipa de cristal finamente labrado. Las arañas que colgaban del techo, de cristal italiano, en cuyo borde superior terminaban con las mismas tulipas que las de los muros. Al fondo en la pared opuesta a la entrada, detrás de lo que debía de ser la mesa presidencial, un cuadro mural, de ángulo a ángulo, con una pintura de la familia real de Inglaterra.

Rodeando las mesas de los comensales pequeños veladores con búcaros de cerámica china que contenían ramos de capullos de rosa; rojos, fresa, blancos y amarillos. Junto a uno de estos veladores estábamos cuando hizo su entra la Señorita Roy, la escritora, según me indico mi acompañante. Quien después del respetuoso saludo al primer ministro y al representante de la oposición, se dirigió hacia nosotros. Se acerco al señor Rajesch y le dio un par de besos. Él me presentó y ella me dio un apretón de mano, que mostraba fortaleza de carácter y personalidad.

Nos hace dirigirnos hacia una de las mesas para sentarnos, al ver que el primer ministro y su sequito ya se estaban posesionando alrededor de la mesa presidencial. Las mesas cubierta con manteles de hilo blanco nieve, con las sillas cubiertas con un cubre blanco de lino. El montaje de la mesa de un lujo poco usual. Plato grande sobre el que descasaba uno de porcelana con alegorías del país delante de cada comensal, con servilletas de hilo, marfil claro, con bordados finísimos en otro tono marfil un poco más oscuro. Dos velas altas y finas, encendidas, a ambas partes del centro de rosas rojas, y la cubertería de plata. Sentaros, nos indica. Ella se sienta entre nosotros.

-- He leído sus dos libros. El primero me gusto e hizo que se despertase dentro de mí las ganas de saber más sobre las pequeñas cosas de la India. Pero el segundo, que me ha regalado el señor Rajesch, en el que se muestra su carácter, lo que le sale del estomago cuando escribe, ese me ha hecho ver la fuerza interior que de usted emana. Y posteriormente a interesarme por los temas que en el critica o describe. – Le digo a la señorita Roy.

-- Muchas gracias, por su amabilidad. Pero, si como usted me dice ha leído ambos libros, se habrá dado cuenta, que en el último, hablo de mi decisión de no volver a escribir. Claro, a no ser que me apeteciese contar, como me paso en el primero, algo que llevaba cociendo en mi interior durante mucho tiempo. Las circunstancias políticas, económicas y culturales por las que el país ha estado pasando desde hace unos años, al retorcerme las tripas y no poder soportar el ¡silencio! sobre todos esos temas tan candentes, me llevaron a escribirlo. – Se explaya ella, poniendo un énfasis especial en la palabra, silencio, mientras con su mirada de ojos negros barría las caras de los demás comensales.

La señorita Roy figura mediana, puro nervio y delgada. Con un corte de pelo corto, casi a lo chico, mirada potente y profunda. Su aspecto denota, a mi me lo parece, estabilidad emocional contrastada con un sentimiento de impotencia. Sus ademanes delicados; cuando despliega la servilleta da la sensación que la esta acariciando. Con su mano derecha juega con un pequeño pendiente que lleva en la oreja derecha, el brazo izquierdo descansa sobre la mesa mientras su mano se entretiene con los cubiertos.

 Parece ser la única persona en el salón que, aunque elegante, viste de forma mas informal; pantalón negro de camales anchos y camisa blanca con los últimos botones desabrochados, que dejan ver la fina textura de su piel color nuez-avellana-tostada. Inteligente y con las ideas muy claras, ella, va conversando con los diferentes componentes de la mesa. Planteándoles cuestiones sobre los temas candentes y de actualidad. Y respondiendo directamente y sin ambigüedad a las que a ella le plantean.

Nos sirven el vino, un Burdeos joven, y nos llenan las copas de agua. En el centro de la mesa depositas unas bandejas con aperitivos; frutos secos, quesos, colitas de gamba rehogadas picantes. Cuando ella se encuentra poniéndose una gamba en la boca, le pregunto:

--¿realmente cree usted que el tema de la bomba nuclear es tan importante como usted lo presenta en su libro? –

La respuesta no tarda en llegar; como si hubiera estado esperando la pregunta y la contestación le hiciese daño a su garganta, responde, secamente:

¿Usted qué cree? Quien es este país en el mundo para producirla. Teniendo tantos millones de analfabetos y gente en los más extremos niveles de pobreza. A quien benefician esas inversiones. ¡Al pueblo!, No creo. – Uno de los comensales le responde:

-- Tampoco hay que tomárselo de la manera que lo expresas en tus artículos. Ya que, lo quieras o no, da a nuestro país otro estatus a nivel internacional, enfrente de las grandes potencias. – El calor de la conversación va en aumento y con punto de crispación, cuando ella, dejando la copa de vino que tenía en la mano sobre la mesa, le replica:

-- La India, si es que alguien ya ha llegado a saber ésta que es, no necesita defenderse de ninguna potencia mundial extranjera. Lo que necesita es limpiar su propia casa, crear las posibilidades de que coman todos los inquilinos de la misma, y de que todos estos tengan acceso a una educación, en este caso sí, contrastada a nivel internacional. Y revalorizar todo lo bueno que las diferentes partes de este país tienen. Crear y buscar enemigos fuera, que es lo que los políticos nos hacen creer, para lo único que sirve es para desviar la atención de los verdaderos problemas que tenemos como nación; si es que a la diversidad de creencias, lenguas y estados que tenemos se le puede decir, nación. Mientras todo eso no se solvente, o al menos haya la intención de hacerlo, nuestra identificación nacional solo estará basada en incongruencias como la de la bomba nuclear.--desde dentro de un saco de humildad parece sacar unas briznas de ira, que los comensales que la rodean, se ve, que ya esperaban.

Mr. Rajesch, intentando rebajar la temperatura de la charla, empieza a participar en la misma, coge la copa de vino y dice:

--Por favor, por favor. Disfrutemos de la cena primero. Y después tendremos tiempo de hablar largo y tendido. Brindemos por la señorita Roy y la aportación cultural que sus trabajos están dando a este país. —

Todos levantas las copas, los gestos cambian, aunque algunos de los comensales dejan notar que existe una animadversión personal, como si le tuvieran envidia. Después del brindis, en el momento que se sirven los chapattis calientes cubiertos con una servilleta, continúo hablando el señor Rajesch:

-- ¿Qué os parece si el señor Wadekar, desde su conocimiento del críquet y los entresijos del mismo, nos habla de la recién visita a Pakistán de nuestro equipo nacional y de las medidas de seguridad que se han tenido que preparar para llevar a cabo este encuentro?

A todos les pareció bien la idea, y empezaron a aportar opiniones sobre el evento. Sobre si habían sido excesivas las medidas de seguridad. Que si total, para jugar un encuentro deportivo hacia falta tanto movimiento de policía. Aunque la mayoría estaba de acuerdo en que realmente era un partido de alto riesgo, por la situación política de ambos países.

La mesa iba llenándose de platos, que por el aspecto que tenían, debían ser preparaciones sabrosísimas. Daba la sensación de estar en un restaurante Libanés, la mesa no tenía suficiente espacio par tantos platos diferentes. Los aromas de la comida iban adentrándose en los sentidos y abriendo el apetito. Señalando con el índice un pequeño recipiente de cerámica que contenía, según me explica la señorita Roy, crema de garbanzos con un chorrito de aceite de oliva por encima, el señor Wadekar interrumpe el pequeño guirigay que se había formado sobre el partido:

-- De este color era la arena del estadio, sin nada de césped. Y con el terreno demasiado seco. Aunque, a decir verdad, por la mañana habían estado regándolo, no lo hicieron ni con el tiempo de antelación ni el tiempo necesario. A la media hora de haberlo regado el sol había evaporado completamente la humedad del terreno de juego. Y en cuanto al tema de la seguridad, quisiera que entendieseis, aquellos que os extrañáis de las medidas adoptadas, que hasta hace cuatro días como aquel que dice, los dos países casi estaban en guerra abierta. De hecho en la zona de Cachemira lo están. No, yo creo que eran necesarias. Ahora, una vez allí la gente nos ha tratado de maravilla solo las discrepancias, de los cuatro imbéciles mal educados, que en todos los estadios existen emborronaron el evento. Que finalmente fue un gran existo deportivo para ambas selecciones. –

El señor Wadekar, bien parecido, cara ruda y atractiva, tenía aspecto de play boy de película; su Rolex, de oro blanco, y parecía que con brillantes, sus cadenas de oro en la otra muñeca y su colgante de oro en el cuello. Traje azul Marino, con unas rayas blancas muy finas, casi no se percibían, y camisa rosa pastel pálido, con el cuello abierto, sin corbata. Levantándose, desde su sitio, cogió un plato con brochetas de gambas asadas a la brasa, igual que las que me comí en Mumbai, y las fue pasando por todos los componentes de la mesa para que se sirvieran.
La reunión ya tenía otro cariz. Más sonrisas menos tensión. Fluía la conversación sobre temas generales; los viajes que alguno de ellos estaba programando, los proyectos que otro lleva en mente. La distensión había sido conseguida. Al señor Rajesch se le notaba cara de satisfacción de ver que las cosas se habían reconducido sin ninguna crispación adicional.

Después de los cafes y licores, se repartieron los grades supositorios en forma de Montecristio nº. 2. Y a reglón seguido los discursos y honores que se le daban a la señorita Roy. La tanda la abrió el responsable de cultura; quien deleito a la concurrencia, que mantenía la risa como podía, con todos los parabienes realizados y por hacer de su departamento. Quien entrego un cuadro honorífico a la escritora en reconocimiento de su labor. Ella, en un corto pero denso discurso, dejó claras sus ideas y se reafirmo en sus tesis sobre la India y sus gobernantes. Finalmente y cerrando el acto, habló el primer ministro; parsimonioso, actuando como si estuviese delante de las cámaras de televisión y en plena campaña electoral esparció, la benevolencia y buen hacer de su gobierno, por todo el salón. Los comensales en mi mesa al oírlo no podían esconder sus caras de incredulidad. Y alguna criticas soterradas, sobre…


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