miércoles, 18 de febrero de 2015

INDIA-19º- De mi paso por la India-final


El señor sentado sobre el mostrador y rodeado de cacerolas de sopas y comida, enfrente mismo del grupo de gente hambrienta, esperaba a que los turistas pagasen algún plato de sopa para alguno de los allí acuclillados.


CAPITULO 5º.


Al llegar esa noche a la habitación de mi hotel, sobre la mesa de centro, me encontré varios periódicos y un número de la revista The Times of India. Ojeé los diarios y cogí la revista. Pasando las páginas fijándome solo en las fotografías, me pegue de morros con una en la que había un señor, desahuciado, muerto, tirado en medio de la calle. Cuatro personas le rodeaban, servicios de la policía, creí entender. El tropezón que me di, me impresiono tanto que, cansado y tarde como era, decidí leerlo y enterarme de que iba el tema. Vi que las hormigas que se alineaban en el artículo, tenían orden, que se explicaban bien. En la primera cucharada de la mortuoria tarta del reportaje, un guantazo emocional casi me quita las ganas de que mis ojos se entretuvieran con aquellos animalitos negros esa noche.

Tres mil doscientos cincuenta muertos anuales, sólo en Delhi[i]. No, no era el terrorismo, ni los terremotos, ni la guerra, ni tampoco una epidemia de cólera. Lo que el reportero había esparcido en aquellas paginas blancas infestadas de pulgas negras que se perseguían, ordenadamente, las unas a las otras, y de no haber sido así nada tendría sentido, era la infamia que la gente sin nombre, sin identificación, sufre diariamente. Expatriados, dentro de su país, que salen de zonas rurales y se acercan a las ciudades a buscar trabajo. Personas que no conocen a nadie, que no se dan de alta en los registros policiales, por miedo a lo que les pueda pasar. Que viven en la calle, enfermos, desnutridos y la mayoría de veces, enganchados a las drogas más baratas. Las cuales les destrozan los cuerpos y los cerebros. Estos abandonados de la mano de todos los dioses, que en un país, particularmente como este, existen. Muertos que nadie reclamara, ni recordara. Porque ellos, para nadie existen. Sus familiares no saben donde están, si vivos o muertos. A no ser que a su llegada a la capital hubiesen encontrado un trabajo que les posibilitara ganar algunas rupias, con ellas llamar a su familia por teléfono y indicarles donde se encuentran. Y de paso contarles que mensualmente recibirían la transferencia que la empresa les mandaría como parte de su sueldo.

Cuando pasaba un mes y el pago no era recibido en el domicilio de la familia, entonces empezaban las preocupaciones por parte de los familiares. Los cuales, de no estar medianamente preparados para la carrera burocrática de los cien metros vallas, poco tenían o podían hacer para que se les informase. Finalmente, cuando alguno de ellos, había terminado saltado todas las vallas, llegaba al final y conseguía la información requerida. Se encontraba que el cuerpo de su ser querido ya había sido incinerado. Los restos puestos en un saco y, posteriormente, los sacos apilados en un montón, como sacos de boniatos esperando un camión de carga que los llevase al vertedero. El camión de los viajeros sin nombre que no van a ninguna parte.

En caso que los cadáveres que se encuentran, van bien vestidos; en fin que para morir en la calle se visten de esmoquin, por si acaso. En ese caso, los mantienen en la morgue durante un mes. Pero, si por una de aquellas resulta que alguien ha ido a morirse, si, en la calle, con sus peores ropas, entonces resulta que la morgue es demasiado cara y solo los mantienen durante dos días. Después directamente al crematorio y a la pila de sacos. Claro los crematorios han florecido como hierva verde de primavera después de las primeras lluvias. Los crematorios eléctricos; ¿Quién los habrá creado? ¿Quién los administra? Y ¿Quién saca el beneficio de los mismos?

Los crematorios han existido en la India desde los tiempos ancestrales, es la manera digna de pasar al otro mundo en este país. Los gaths existen y funcionan en la orilla de los ríos principales y sobre todo en las ciudades importantes, y son bastante más baratos que los eléctricos. ¿Por qué se desvían todos los cadáveres a los últimos? No se sabe… Gracias a un anciano wallah que con su ricksaw va trasportando los fardos con los cuerpos a las piras crematorias, algunos terminan siendo incinerados el alguno de los gaths del rió y después las cenizas van a reposar a las aguas sagradas. Estos por lo menos, sus almas, descansan en paz. 

Abandono a las hormigas a su destino, apago la luz e intento conciliar el sueño…




Banderas amarillas en tropel, arrastradas por camiones descarnados, desfilan emborronadas por mi mente. Muertos en sacos de arpillera. Almas solitarias que vagan sin descanso, no encuentra posibilidad alguna de reencarnación. Grandes monumentos. Descomunales miserias. Grandes religiones. Muchas grandes religiones. Almas sin amparo. Carreras de vallas, de cien, de doscientos, de mil metros. Carreras de vallas inacabables. Burocracia, desinterés, corrupción. Grandes inversiones. Muchas y muy grandes inversiones. Gajos de humanidad esparcidos por las calles. Cuervos negros en el centro de la capital voraces revoloteando desde las primeras horas de sol hasta la puesta del mismo. Grandes águilas carroñeras con las garras llenas de anillos y gafas de sol Rya-Ban. Grandes embajadas. Muchas y muy grandes embajadas, jardines abiertos al libre albedrío de sus moradores. Doctoras sensibles, entregadas a aliviar dolores y sufrimientos. Sensación eterna y constante de una grande, grande, grande impotencia. Gente cuyos corazones no caven en sus cuerpos. Suculentos manjares sobre platos con bordes de plata y servilletas de hilo con bordados en tonos diferentes. Discursos vacíos, de autocomplacencia, risas y silencios de complicidad. Enemigos externos, muchos y grandes enemigo, de nueva creación, externos e internos. Satisfacción malsana de haber conocido este collage humano y…

No puedo conciliar el sueño imágenes en tropel, como barco de carga a granel, llenan mi mente. Enciendo la luz, me calzo las zapatillas y empiezo a hacer idas y venidas a lo ancho de habitación, como preso encarcelado es su propia vulnerabilidad mental, entre pared y pared. Sólo el Adagio de Albinoni sonando, saliendo como perfume aromático y sensual para mis oídos, logra que me relaje, que mi mente se vacié, cuando el violín habla solo; de su soledad, como reprimiéndose, a veces,  la rabia que sus cuerdas tienen apresada y que las cerdas de la vara no consiguen sacarles. Y que, también a veces, parece llorar por no tener la fuerza necesaria para expresarse libremente, completamente independiente de la voluntad del violinista. Sentado en el sofá de la habitación sigo dejando que la música alivie mi corazón, acariciándome los tímpanos. El Nabuco de Verdi, con el coro de los Esclavos Hebreos, me transporta. Me hace ver a la gente del pueblo en masa compacta, de pie en los jardines del hotel, pidiendo y esperando que…



FIN
Paco Costa



[i] Revista “India Today” 08/03/2004. Articulo “Nameless Death”.



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