El señor sentado sobre el mostrador y rodeado de cacerolas de sopas y comida, enfrente mismo del grupo de gente hambrienta, esperaba a que los turistas pagasen algún plato de sopa para alguno de los allí acuclillados.
CAPITULO 5º.
Al llegar esa noche a la habitación de mi hotel, sobre la
mesa de centro, me encontré varios periódicos y un número de la revista The
Times of India. Ojeé los diarios y cogí la revista. Pasando las páginas fijándome
solo en las fotografías, me pegue de morros con una en la que había un señor,
desahuciado, muerto, tirado en medio de la calle. Cuatro personas le rodeaban,
servicios de la policía, creí entender. El tropezón que me di, me impresiono
tanto que, cansado y tarde como era, decidí leerlo y enterarme de que iba el
tema. Vi que las hormigas que se alineaban en el artículo, tenían orden, que se
explicaban bien. En la primera cucharada de la mortuoria tarta del reportaje,
un guantazo emocional casi me quita las ganas de que mis ojos se entretuvieran
con aquellos animalitos negros esa noche.
Tres mil doscientos cincuenta muertos anuales, sólo en
Delhi[i].
No, no era el terrorismo, ni los terremotos, ni la guerra, ni tampoco una
epidemia de cólera. Lo que el reportero había esparcido en aquellas paginas
blancas infestadas de pulgas negras que se perseguían, ordenadamente, las unas
a las otras, y de no haber sido así nada tendría sentido, era la infamia que la
gente sin nombre, sin identificación, sufre diariamente. Expatriados, dentro de
su país, que salen de zonas rurales y se acercan a las ciudades a buscar
trabajo. Personas que no conocen a nadie, que no se dan de alta en los
registros policiales, por miedo a lo que les pueda pasar. Que viven en la
calle, enfermos, desnutridos y la mayoría de veces, enganchados a las drogas
más baratas. Las cuales les destrozan los cuerpos y los cerebros. Estos
abandonados de la mano de todos los dioses, que en un país, particularmente
como este, existen. Muertos que nadie reclamara, ni recordara. Porque ellos,
para nadie existen. Sus familiares no saben donde están, si vivos o muertos. A
no ser que a su llegada a la capital hubiesen encontrado un trabajo que les posibilitara
ganar algunas rupias, con ellas llamar a su familia por teléfono y indicarles
donde se encuentran. Y de paso contarles que mensualmente recibirían la
transferencia que la empresa les mandaría como parte de su sueldo.
Cuando pasaba un mes y el pago no era recibido en el
domicilio de la familia, entonces empezaban las preocupaciones por parte de los
familiares. Los cuales, de no estar medianamente preparados para la carrera burocrática
de los cien metros vallas, poco tenían o podían hacer para que se les
informase. Finalmente, cuando alguno de ellos, había terminado saltado todas
las vallas, llegaba al final y conseguía la información requerida. Se
encontraba que el cuerpo de su ser querido ya había sido incinerado. Los restos
puestos en un saco y, posteriormente, los sacos apilados en un montón, como
sacos de boniatos esperando un camión de carga que los llevase al vertedero. El
camión de los viajeros sin nombre que no van a ninguna parte.
En caso que los cadáveres que se encuentran, van bien
vestidos; en fin que para morir en la calle se visten de esmoquin, por si
acaso. En ese caso, los mantienen en la morgue durante un mes. Pero, si por una
de aquellas resulta que alguien ha ido a morirse, si, en la calle, con sus
peores ropas, entonces resulta que la morgue es demasiado cara y solo los
mantienen durante dos días. Después directamente al crematorio y a la pila de
sacos. Claro los crematorios han florecido como hierva verde de primavera
después de las primeras lluvias. Los crematorios eléctricos; ¿Quién los habrá
creado? ¿Quién los administra? Y ¿Quién saca el beneficio de los mismos?
Los crematorios han existido en la India desde los
tiempos ancestrales, es la manera digna de pasar al otro mundo en este país.
Los gaths existen y funcionan en la orilla de los ríos principales y sobre todo
en las ciudades importantes, y son bastante más baratos que los eléctricos. ¿Por
qué se desvían todos los cadáveres a los últimos? No se sabe… Gracias a un
anciano wallah que con su ricksaw va trasportando los fardos con los cuerpos a
las piras crematorias, algunos terminan siendo incinerados el alguno de los
gaths del rió y después las cenizas van a reposar a las aguas sagradas. Estos
por lo menos, sus almas, descansan en paz.
Abandono a las hormigas a su destino, apago la luz e
intento conciliar el sueño…
Banderas amarillas en tropel, arrastradas por camiones
descarnados, desfilan emborronadas por mi mente. Muertos en sacos de arpillera.
Almas solitarias que vagan sin descanso, no encuentra posibilidad alguna de
reencarnación. Grandes monumentos. Descomunales miserias. Grandes religiones.
Muchas grandes religiones. Almas sin amparo. Carreras de vallas, de cien, de
doscientos, de mil metros. Carreras de vallas inacabables. Burocracia, desinterés,
corrupción. Grandes inversiones. Muchas y muy grandes inversiones. Gajos de
humanidad esparcidos por las calles. Cuervos negros en el centro de la capital
voraces revoloteando desde las primeras horas de sol hasta la puesta del mismo.
Grandes águilas carroñeras con las garras llenas de anillos y gafas de sol
Rya-Ban. Grandes embajadas. Muchas y muy grandes embajadas, jardines abiertos
al libre albedrío de sus moradores. Doctoras sensibles, entregadas a aliviar
dolores y sufrimientos. Sensación eterna y constante de una grande, grande,
grande impotencia. Gente cuyos corazones no caven en sus cuerpos. Suculentos
manjares sobre platos con bordes de plata y servilletas de hilo con bordados en
tonos diferentes. Discursos vacíos, de autocomplacencia, risas y silencios de
complicidad. Enemigos externos, muchos y grandes enemigo, de nueva creación,
externos e internos. Satisfacción malsana de haber conocido este collage humano
y…
No puedo conciliar el sueño imágenes en tropel, como
barco de carga a granel, llenan mi mente. Enciendo la luz, me calzo las
zapatillas y empiezo a hacer idas y venidas a lo ancho de habitación, como
preso encarcelado es su propia vulnerabilidad mental, entre pared y pared. Sólo
el Adagio de Albinoni sonando, saliendo como perfume aromático y sensual para
mis oídos, logra que me relaje, que mi mente se vacié, cuando el violín habla
solo; de su soledad, como reprimiéndose, a veces, la rabia que sus cuerdas tienen apresada y
que las cerdas de la vara no consiguen sacarles. Y que, también a veces, parece
llorar por no tener la fuerza necesaria para expresarse libremente, completamente
independiente de la voluntad del violinista. Sentado en el sofá de la habitación
sigo dejando que la música alivie mi corazón, acariciándome los tímpanos. El
Nabuco de Verdi, con el coro de los Esclavos Hebreos, me transporta. Me hace
ver a la gente del pueblo en masa compacta, de pie en los jardines del hotel,
pidiendo y esperando que…
FIN
Paco Costa
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