CAPITULO 4º.
Cuatro treinta de la mañana. Llaman a la puerta de la
habitación. Me envuelvo en la toalla de baño y descalzo salgo a abrir.
-- Buenos días señor. ¿Ha dormido bien? Aquí le traigo el
desayuno que usted encargo anoche. – me saluda el sirviente del restaurante.
-- Hola buenos días. Pase y déjelo sobre la mesa. Si he
dormido, no mucho pero bien. Me acosté cansado. – le respondo, y añado.
-- Haga el favor de avisar al responsable de la desinfección,
para que aproveche hoy que voy a estar fuera para desinfectar la habitación.
Principalmente el baño; anoche estaba lleno de cucarachas, y también habían
bastantes mosquitos. Por favor que no se le olvide. – con mucha atención me
responde que sin falta, nada más me vaya, solucionaran el problema.
Me dispongo a desayunar; cereales con leche, zumo de
naranja, tostadas con mermelada, huevo frito con salchichas y café con leche.
Lo hago rápidamente porque el reloj me aprieta.
Suena el teléfono de la mesita; la recepcionista me
indica que hay un coche esperándome a la puerta del hotel. Termino de
desayunar, recojo las cosas que me había preparado para el viaje y abandono la
habitación.
El señor Rajesch había puesto a mi disposición un coche
todo terreno con conductor. El “door man” lo llama cuando me ve aparecer por
los cristales giratorios, así que cuando salgo a la calle el chofer ya me
espera para cargar mi bolsa de viaje.
Enfilamos, después de salir del centro, la autopista que
nos lleva dirección sudeste; a estas horas de la mañana aún tranquila y sin aglomeraciones.
Una hora más tarde la autopista, si se le puede dar ese nombre, ya no lo
parece. Un rió de bicicletas, gente andando por la orilla y entre medio de las
motos, ricksaws y las bicicletas. Pasamos la zona de libre comercio de Nodia; área
donde se están instalando todas las empresas extranjeras a la búsqueda de la
mano de obra barata y de las grandes posibilidades que el gobierno da para
adquirir locales de bajo coste; y los solares con unos alquileres irrisorios.
El gobierno no vende ni un palmo de tierra.
La aurora va iluminando el paisaje; plano, sin relieves;
campos verdes y polvorientos. El frescor de la noche corre a esconderse entre
las sombras de los pocos árboles que nos observan desde los bordes de la
carretera, huyendo de los primeros rayos solares que lo acribillan. Se agazapa
entre las hierbas altas y matorrales de ramas secas y bajo algunos árboles
frondosos que hay en los barracones de carretera, esperando que algún pasajero
cansado lo busque y así poder compartir su frescor con él.
Cruzamos varias poblaciones; más que poblaciones centros
industriales, alrededor de los cuales han ido creciendo barrios marginales en
los que viven los trabajadores de las fabricas. Esta acumulación de gente en
áreas tan concretas, a lo largo del tiempo, ha posibilitado la creación de un
entramado comercial anexo al industrial. Las franjas que bordean la carretera
son verdaderos mercados, grandes centros comerciales; divididos en tiendas de
todo tipo, de un metro de profundidad por uno de ancho. Carromatos con
verduras, frutas, bebidas refrescantes sumergidas en palancanas con hielo. Hileras
interminables de camiones aparcados en la autopista; los ciclistas y
transeúntes deben de salirse casi al medio de la carretera para poder salvar a
los camiones con el consiguiente riegos de atropellos, que los hay, varios,
todos los días.
Grandes caravanas de camellos tirando de carros que
cargan bolsas monumentales llenas de trigo. Cuando te los encuentras enfrente
de ti, de lejos te da las sensación que son esféricos depósitos de gas que van
rodando solos a lo largo de la carretera, ya cerca se distingue al carretero
tirando de una cuerda, luego ves a los camellos que aparecen saliendo de las
esferas blancas que forman los grandes sacos. Esto es una constante durante el
viaje. Así como los coches averiados aparcados donde se quedaron al pararse. El
transito tiene que salvarlos a base de volantazos, que a veces llegan tarde y
que producen colisiones en cadena sorprendentes.
A las tres horas de viaje paramos en un chiringuito de
los muchos que hay instalados esperando turistas o nativos que van o vuelven de
algún lugar sagrado. Nos tomamos un te frió, que paga el chofer por orden del
señor Rajesch. Según el conductor aún nos queda una hora para llegar a Agra. El
barracón bastante adecentado, con maceteros alargados llenos de flores
silvestres, la tierra regada, las mesas limpias cubiertas con manteles de hule.
Nos sentamos en una mesa que justamente esta situada donde el frescor de la
mañana se esconde y nos aprovechamos de su fresca hospitalidad.
Una bruma baja, sobre edificios todavía más bajos, me
indica que Agra está cerca. El caos circulatorio se va haciendo cada minuto más
intransitable, por calles con edificios de una sola altura, nos movemos paso a
paso; como cuando de pequeño contábamos con los pies, poniendo uno delante del
otro, para saber quien había ganado en una jugada de canicas.
¡Por fin! Llegamos al la ciudad. Los grandes camiones de
transporte son desviados a la entrada de la misma. Ahora la lucha es contra los
ciclistas y motoricksaws. Pero mirando a esta gente, envueltos, cubriéndose la
boca y la nariz, con bufandas color fango seco para no tragarse el polvo
suspendido en el ambiente, me entretengo y no me doy cuenta que ya estamos
delante del Mausoleo de Itimad-ud-Daulah. El conductor me indica que esta es
nuestra parada final. Que aquí tendré que coger un guía para que me dirija la
visita y me informe sobre todo lo que sea de mi interés.
Gracias al chofer que cubre mi puerta, puedo bajar del
coche: Taxista, chavales que quieren dirigirte a hoteles o pensiones que les
pagan un tanto por cliente. Manada de guías turísticos en todo los idiomas,
vendedores de mil cosas diferentes, carteristas jóvenes que buscan cubrir lo
que les cuesta comprar una botella de disolvente; con el cual empapan un trapo
y se pasan el día aspirando de el, lo que les hace pasar el tiempo sin comer ni
preocuparse, se avalancha sobre mi.
El chofer con el coche, me deja allí, y se va a la zona de
aparcamiento señalizada. Me indica que él estará alrededor de la zona, que
cuando encuentre el guía, que lo busque y nos desplazaremos a visitar los
diferentes monumentos de la ciudad.
Conociendo y teniendo una mínima experiencia en estas
situaciones, me relajo, me aparto un poco de esta multitud, y empiezo a buscar
guía. Pregunto a varios fotógrafos de los que están esperando a los turistas en
la puerta del mausoleo y uno de ellos me da un nombre y me señala donde lo
puedo encontrar. Allí me dirijo. Justamente a la entrada del monumento apoyando
la espalda contra la fachada del mismo hay un chaval joven, bien vestido,
guapetón y con cara bondadosa. Me dirijo hacia él y le pregunto, en castellano
si se llama Bobby, me responde afirmativamente. Le comento que necesitaría que
me acompañase a visitar la ciudad, pero si habla castellano e inglés. Sin
ningún problema el chico me demuestra que domina bien el inglés y que con el
castellano se hace entender. Me dice que la tarifa son 400 Rs, nos damos las
manos en muestra de estar de acuerdo y me encamina a visitar el mausoleo.
-- tres cosas en Agra hay que perderse no debe. – me dice
Bobby.
--¿Cuáles? Le pregunto.
-- El museo arte corta piedra, La estrella negra y el Taj
Mahal. Yo llevar usted viéndolo todo y si comprar quiere joyería y carpets, yo
también. —Empieza a venderme el artículo, Bobby, con su castellano chapurreado;
pero se hace comprender.
-- Bien, Bobby, primero visitaremos este Mausoleo y
después iremos a ver el Taj Mahal, y según vayamos de tiempo ya te indico que
quiero visitar. – le comento, de forma seca, para cortarle un poco las ganas
que tiene por llevarme a sus contactos en las tiendas y almacenes.
--. Si, donde quiera. Pero no olvidar Estrella Negra.
Preciosa piedra cortada by hand. – Sigue insistiendo.
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