jueves, 12 de febrero de 2015

INDIA--17º- De mi paso por la India.

Bobby se acerca a mí, me coge por el brazo y me dice:

-- Señor, señor. ¿Se encuentra bien?  cogido  insolación muy fuerte. Le he estado vigilando todo rato por  me necesitaba, y me he dado cuenta que iba hablando solo de una parte a otra. –

-- No, no te preocupes Bobby. Me encuentro bien. Es posible que haya tomado demasiado el sol pero no me siento mal, solo un poco transpuesto, gracias. Vayamos a buscar agua, necesito beber y sentarme un poco a la sombra. En cinco minutos me habré despejado. —Le contesto.

-- Voy delante y compro una botella de agua y le espero en la salida principal. – Dice Bobby, un poco nervioso, en su perfecto inglés.

Salimos de recinto del mausoleo y buscamos algún lugar en sombra para descansar y refrescarme. Encontramos un árbol frondoso, cuyas raíces están enclaustradas en un círculo de ladrillos rojos a la sombra de su follaje. Nos sentamos. En dos tragos me termino el agua. Empiezo a transpirar fuertemente, la brisa que allí fuera corre helándome el sudor me refresca, lo que hace que me recupere rápidamente.

Enfrente de nosotros, preparados para iniciar la visita al Taj Mahal, lo que parece ser, dos hileras de escolares. Una de niños y otra de niñas. Los niños todos con pantalones cortos azul pastel con tirantes, y camisas blancas. Las niñas con faldas blancas y jerséis de diferentes colores, azul, rojo, marrón. Acompañados de dos maestros y una maestra. Ella con sari color caramelo claro con franjas florales en varios tonos de marrón y fucsia tirando a rojo. Ellos con camisas largas hasta las rodillas, uno blanca y el otro color curry, con bufandas azul y rosa envolviéndoles sus redondas cabezas. Uno de ellos con una sonrisa de dos dientes muy simpática, ambos con bigote. En alguna de las miradas de estos niños he podido detectar gotitas de ilusión y de esperanza.

Compartiendo la sombra con nosotros dos mujeres, dos hombres y un niño, todos hindúes. Miradas fijas, ceños fruncidos. El niño descalzo con varias moscas jugueteando en su cabecita y su cara. Una escena triste, que al contemplarla en este lugar, en el que se levanta una de las obras arquitectónicas más caras e impresionantes del mundo, te deja perplejo, sin capacidad de reacción. Solo el rosa pálido ribeteado de blanco y el amarillo girasol de los saris de las dos mujeres, ponen unas manchas de alegría en el frescor de la sombra del frondoso árbol.

Llegamos al motoricksaw y le indico a Bobby que le diga al wallah que nos de una vuelta por los bazares de la ciudad. Bobby vuelve a insistir en llevarme a ver el corte de piedras artesanal. Yo le contesto que solo quiero ir a ver un taller de alfombras y nada más, y después iremos a buscar el coche para volverme a Delhi. La visita al Taj Mahal me había cansado más de lo que yo pensaba, y aún nos quedaban cuatro horas y media de viaje.

Después de recorrer varias callejuelas de tiendas, chabolas y unas calles, que parecían ser el centro de la ciudad, llegamos a un emporio “tienda del estado”, en la que se venden productos de seda y de algodón. Entramos, nos reciben con la falsa amabilidad del comerciante musulmán que espera sacar la máxima tajada de los productos que allí están expuestos. Les digo que estoy interesado en ver la producción de las alfombras de seda y de algodón. Me pasan a la trastienda donde había un señor tejiendo.

Detrás de un telar, cubierto de tensos hilos de seda blanca, unos ojos me miran fijamente. La cara oscura, color chocolate, la descubro unos segundo más tarde. Un musulmán agazapado detrás del telar, con arañas en las manos, teje a una velocidad que mis ojos son incapaces de seguir. De la parte de abajo del telar, suben hacia arriba los dibujos y colores de la alfombra, según las arañas humanas los va sacando del entramado de hilos de seda y dándoles vida. Dos meses y medio tarda este caballero en terminar una alfombra como estas, me indica el jefe gesticulando exageradamente con las manos. Trabajando duramente 12 horas diarias, 7 días a la semana. A 80Rs. diarias (1,40 euros), son unas 2.400Rs. Mes (27 euros), para que se lleven un buen sueldo que les permita vivir dignamente. Dos meses y medio de trabajo como vera son 6.000Rs (68 euros), muy caras. Me explica el encargado.

Sigo charlando con el encargado, preguntándole por diferentes productos, regateándole precios, siempre dándole el 60% menos de lo que me pide, aún así, en cuanto me descuido pago el doble de lo que realmente está dispuesto a cobrarme. Finalmente vuelvo a las alfombras y le pregunto por el precio de una de las alfombras que esta tejiendo el señor del telar. No se corta y me pide 15.000Rs. (300 euros). Ya tengo la información que necesitaba, y el porque de la explicación tan detallada del coste de producción. Le doy las gracias y amablemente me despido.

Le pago a Bobby por sus servicios y le agradezco la amabilidad tenida conmigo. Cogemos el todo terreno y nos disponemos a iniciar el viaje de vuelta. El sol quema. Uno aprecia el aire acondicionado del vehículo. La salida de Agra se hace larga y cansina, debido a la gran cantidad de autobuses turísticos. Esta ciudad desde hace ya muchos años vive principalmente del turismo el cual hace posible la supervivencia de los diferentes trabajos artesanales, que son sobre los que, aparte del turismo, se sustenta la economía de local. Según Bobby me comentó, aquí está prohibida la instalación de fábricas que produzcan por medio de maquinaria pesada. Esto es para evitar en lo posible, aunque el tráfico rodado produce polución también, que la polución pueda dañar las piedras de mi amigo, el Taj Mahal.

Las sombras frescas que se escondían bajo los árboles por la mañana, se han alargado y cambiado de lado. El sol va poniéndose lentamente, descansando sus rayos sobre las hojas semisecas de los árboles que, como soldados en formación militar y con casco de camuflaje, sobreviven soportan el tráfico a lo largo de algunos tramos de la carretera.

Después de cuatro hora y media largas, llegamos al extrarradio de Delhi. La circulación, por ser hora de salida de las factorías, fluye despacio. Las luces de la ciudad ya alumbran la penumbra del ocaso. El sol se entretiene correteando los áticos de los edificios más altos.

Mi mente se entretiene pensando en los artesanos de la piedra en Agra. Personas que dedican su vida entera a esta profesión. Y cuando llegan a los cuarenta ya no sirven para el trabajo. A partir de esa edad pasan a engrosar la nómina de maestros artesanos. De pequeños, a la edad de ocho o diez años, los hijos de artesano, empiezan a trabajar en los talleres. Pasan unos cuantos años aprendiendo el manejo de las herramientas, las composiciones de las piedras y los mejores cortes que cada una de ellas soporta. Posteriormente, ya a los catorce o quince, empiezan a trabajar directamente con ella, en las labores menos delicadas. A los veinticinco años ya se les supone expertos en dicha artesanía. A partir de esa edad van escalando grados de experiencia que finalmente los aboca, a los cuarenta años, medio ciego y deslomados, a la enseñanza. Los padres sólo enseñan esta profesión a los hijos, qué son los que después desarrollan dichas enseñanzas. Pero a sus hijas no. Porque como estas, más pronto o más tarde se casan, se llevan los secretos del padre y los pueden enseñar a sus esposos, rompiendo la exclusividad que los padres sustentan sobre dicha profesión.


Parados en un atasco me fijo en una tienda de campaña, cubierta de polvo y con rotos que parecen ventanales a la miseria, situada sobre una amplia acera en obras al lado de la calzada. Pózales, cazuelas, platos metálicos se esparcen por la entrada de la misma. Una señora cubierta con un sari que ha perdido el color, sentada sobre un ladrillo, friega los cacharros. Un chiquillo, de apenas tres años, parece estar defecando arrimadito a un muro que da al jardín de un hotel de cinco estrellas, que se levanta majestuoso por detrás de la chabola. El hombre, supongo que el marido, tranquilamente sentado sobre su bicicleta, se escruta los dedos de los pies con las manos. Esperando que el monótono día, como todos sus días, se apague del todo.

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