lunes, 9 de febrero de 2015

INDIA- 17º, Mi particular conversación con el Taj Mahal; de mi paso por la India.



-- No lo olvidaré no te preocupes, ahora empecemos por aquí, ¡vale! – Y me dirijo a las taquillas que se encuentran allí mismo.

El mediodía se vuelve pesado, cansino. En la cola de control de entrada, nativos con sus camisas y pantalones blancos, saris que llenan de color el tórrido pasillo, una pareja de estadounidenses jóvenes; todos compartimos manchas en nuestros atuendos y olor de sudor. Cruzamos un arco central, de arenisca roja combinada con mármol, flanqueado por dos pequeñas cúpulas. En el centro de un cuadrilátero que encierra un jardín recorrido por acequias, se encuentra el mausoleo.
Pequeño, también cuadrado, con un minarete en cada esquina. Techo bajo con una cúpula central angular. Mármol desde el suelo hasta la parte más alta de la cúpula en su interior, que palia la temperatura exterior. Las paredes, jardín de ramilletes florales pétreos, incrustadas con piedras de colores semipreciosas: negro, gris y varias tonalidades de ocre. Creando figuras florales y geométricas   armoniosas, ligeras, elegantes; a pesar de ser una decoración recargada.

Bobby con su buen inglés, se siente más cómodo, me va relatando la historia del monumento. Me cuenta que la esposa preferida de un emperador mongol, Jahangir, llamada Nur Mahal (Luz del Palacio), en aquellos momentos considerada la mujer más poderosa de Imperio Mongol, encargo la construcción del mausoleo para sus padres, Mirza Ghiyas Beg, llamado Itimad-ud-daulah (Pilar del Estado), y su esposa. La construcción data del 1622-28; anterior a la del Taj Mahal. Con su linterna me muestra de cerca, pisándola encima de las flores incrustadas de color ocre, que esa piedra es traslucida y como se ilumina interiormente.

Un cañón de luz entra por la puerta. Me recuerda que tenemos que volver a cruzar el patio para ir a buscar el taxi. En el interior, aunque el silencio de la gente ayuda a crear una atmósfera de recogimiento, el olor a cuerpo humano derritiéndose por los poros hace que la estancia aquí dentro no se pueda prolongar más. Le indico a Bobby que nos vamos.

Sentado a la sombra de un saliente, con una bolsa que contenía un par de botellas de agua, nos esta esperando el taxista. Nos damos un respiro.

-- Yo llevando tu ahora al Kinnari bazar, market; seda, preciosas piedras allí. –insiste Bobby en su negocio, de nuevo en castellano.

-- No, nos vamos directamente al Taj Mahal, y si después tenemos tiempo ya hablaremos de compras.

Cruzamos el amplio cauce del río, de nuevo, buscando la circunvalación que cruza la ciudad hasta la carretera Karbala la cual enlaza con la que nos lleva, por la orilla del Yamuna directamente al Taj Mahal, Yamuna Kinara Road.

Tambaleándose, el coche va cruzando calles sin asfaltar y, casi tropezando con los laterales en las fachadas, abarrotadas: de esqueletos de motos, tiendas con pollos enjaulados a la espera de los compradores, típicos barberos, estatuas humanas de piel oscura grisácea (mezcla de polvo y cáscara de avellana) acurrucadas sobre neumáticos, limpia zapatos en paro (todos van descalzos o en chanclas), chavales jóvenes con tupes a lo Bolliwood; uniformes, empapados de sudor, caña en mano hostigando a niños, con las manos apretando trapos sobre su nariz,  ojos perdidos, vacíos,  con una sonrisa ida, desesperada. Puñetazos de aceite refrito me golpean la nariz.

Los desagües se expanden por el aire, los restos sólidos y líquidos por el suelo. La mirada de la gente al rozarse con la mía hace saltar en su rostro una sensación de alegría y extrañeza a la vez. Si les mantengo la mirada o me dirijo a alguno de ellos, en el mismo rostro aparece la timidez y el servilismo, disfrazado de hospitalidad. Y siempre, mirando de reojo la llegada de las botas que van debajo del pantalón que sujeta una camisa sudada con una placa al pecho y una caña de bambú en la mano.


Las murallas del fuerte rojo, a nuestra derecha, corren en dirección contraria a la nuestra. A la otra parte del recodo del río se vislumbra, a través de la calima y el monóxido de carbono que revolotea por encima de los vehículos que inundan la avenida, la majestuosa figura blanca del Monumento al Amor, el Taj Mahal.

Nuevos mercaderes de; mapas, bolígrafos con fotos del monumento, collares, esculturas que semejan al mármol, de plástico duro, nos esperan en el parking. Allí subimos en un motorricksaw, después de acordar con el wallah (conductor del vehículo) el precio de la ida y vuelta.

Nueva cola para sacar los tickets, al sol inclemente que maltrata mi calvicie. Precio para los nativos 0,60 cm. de euro, para los extranjeros 25 euros. Fila india, control de seguridad, sudores. De nuevo arenisca roja y mármol blanco con incrustaciones de piedras semipreciosas con alegorías árabes en la fachada del edificio que encierra la entrada al jardín interior que nos conducirá hasta el mausoleo.

Pasamos bajo el palio del gran arco de la entrada al recinto. Enfrente de nosotros se abre una zona ajardinada de unos 300 metros. A ambos lados cerrando el patio por los laterales, hileras de arcos que conforman pequeñas estancias. Da la impresión de que en su tiempo debió de ser la zona de recibimiento y acomodo de los visitantes más distinguidos.

De sopetón la gran, frágil y delicada mole blanca, es arrastrada con ímpetu dentro de mis retinas. Saliéndose del azul que la envuelve viene en busca de mis ojos. Bobby intenta empezar el relato sobre el lugar. Le corto, y le digo que se espere por los alrededores, y que no me cuente nada. Quiero dejar la mente en blanco para mimetizarme con el entorno y dejar que sea él el que con sus formas, reflejos, colores, minaretes inclinados, cúpulas, jardines, sonidos de agua chisporroteando, monos marrones de cola larga y cara negra y sus mezquitas laterales, me vaya introduciendo en su historia.

“Penetrando en mi mente me dirige hasta el estanque cuadrado situado sobre una plataforma de mármol, desde donde él mismo se me muestra reflejado en el agua; como presumiendo de su grandeza, se muestra por duplicado.

-- Las ondulaciones que la cálida brisa forma sobre mi cuerpo cuando plácidamente baño mi marmórea figura en el estanque, me sientan bien, ¿eh? – Me dice con orgullo.

-- Hacen que mi silueta parezca más sutil, meciéndose junto a los coloridos saris que vienen a visitarme. Revuelto con ellos mi palidez histórica de siglos se trasforma en arco iris acuoso, que va cambiando de tonalidades según la gente va desfilando por delante del estanque.--

Sale del estanque y haciéndome dar media vuelta, me muestra los jardines que le rodean, que le adornan.

– Mira que avenidas tan anchas y limpias me he hecho preparar para que el pueblo pueda acercarse a mí. Las grandes zonas de césped y arboledas para que las parejas de enamorados, con todo el recato que aquí, en la India, deban de guardar, puedan compartir mi historia de amor universal con las suyas. Tengo que contarte una confidencia; Los días de luna llena, dejo las puertas abiertas. Sentadas a mí alrededor, las parejas, me cuentan sus cuentos de amores en ciernes, de deseos incumplidos, comparten sus miradas cómplices conmigo. Por mi parte, a trabes de mi resplandor pétreo y lunar a la vez, me acerco a cada una de ellas y a todas a la vez. Y les susurro pequeñas banalidades de la vida, pasajes de relaciones pasadas por otras parejas que a lo largo del tiempo me han acompañado en mi solitaria y silenciosa morada. Pero sobre todo les cuento la historia de amor vivida por mi motivo de ser, gracias a la cual existo.  Ella, mi Reina, la emperatriz Aryumand Banu Begam, conocida como Mumtaz-i-Mahal, “Corona del Palacio”, cuando el emperador le preguntó, estando ella en su lecho de muerte después de haber alumbrado a su catorceavo hijo, qué como quería que le mostrase el amor que él sentía por ella, pidió que le prometiera que nunca volvería a yacer con mujer alguna y que le construiría el mausoleo más bonito del mundo. Su esposo el emperador Shah Jahan “Emperador del Mundo”, acepto, y aquí estoy yo, como prueba del cumplimiento de una de sus promesas, de la otra nunca supe nada. — Esto último lo dice con un toque de ironía que hace que, las esquinas truncadas de la fachada principal, se dilaten lateralmente. Y sigue con su relato.

--Veintidós años tardaron en levantarme y 20.000 trabajadores acariciaron mis piedras, tallaron mi cuerpo, hicieron los encajes de mármol que rodea el sarcófago central de la reina y el del emperador; este desplazado hacia la derecha del de la reina, para indicar claramente ha quien estaba destinado el mausoleo. – Me lo cuenta henchido de orgullo de albergar en su vientre a personas de tan alto rango.

 Correteando por el parque me arrastra, me empuja, para que llegue a ver a los escurridizos monos, de cara negra, que juguetean entre los árboles situados detrás de la mezquita llamada el “eco de la mezquita. Se llama así porque, justamente enfrente, al otro lado del mausoleo, hay otra mezquita que se usa para el culto musulmán. La “eco de la Mezquita”, esta en desuso por estar orientada en dirección errónea, y cuya finalidad es guardar la simetría del conjunto.

La mole blanca sigue anclada en mi cerebro.

– Pocos saben un secreto que yo tengo. – susurrando en mis adentros me cuenta.

– las tumbas que la gente visita, del emperador y del la reina, no son las autenticas, no. Son replicas de las verdaderas. Las verdaderas las tengo muy bien guardadas en lo más hondo de mi cuerpo. –

Esboza una sonrisa que hace que los arcos de la cara oriental se le arruguen hacia arriba. Y sigue con sus historietas juguetonas, quizás no dignas te tan anciano cuerpo.

– Te puedes imaginar como traían mis marmóreos miembros a lomos de elefantes desde el Rajasthan y de otras partes del país, e incluso de otros países. Y no me dirás, que los cuatro “chattris” de cúpulas más pequeñas que rodean la cúpula central, que parece una corona, no me quedan bien. Al pasar de los años me entere que la forma de mi cuerpo, técnicamente, se llamaba octogonal. Si porque, aunque en principio era cuadrada, me hicieron las esquinas truncadas, y como resultado, tengo forma octogonal. Pero no sólo en el exterior. Sino, que mi interior me lo diseñaron octogonal también. Si, si. Cuando miro mi interior me encuentro que tengo una sala octogonal central, pero no contentos con esto, me añadieron cuatro salas más pequeñas, también octogonales, como no. Pero aun hay más octágonos, sí. Los cenotafios me los situaron en el centro de la cámara principal y los rodearon por una celosía de mármol labrado con incrustaciones de unas piedras que en verdad eran preciosas, que han sido y son la envidia del mundo. Pero a que no sabes la forma de la celosía… Si eso que piensas es correcto: Era octogonal, también. Bueno pero estoy contento. Solo con ver la cara feliz de la gente que me visita, ya es suficiente. Pero, eso sí, siempre me vienen con unos sudores, que hay veces, que mi interior huele a rosas podridas mezcladas con almizcle y transpiración corporal. Bueno tampoco voy a ponerme quejica a mi edad. Tengo que serte realista; desde hace un siglo, más o menos, obligaron a que los visitantes se descalzaran o se pusieran unas bolsitas de tela sobre los zapatos, de manera que dejasen el polvo en el exterior y que no me dejasen rayas negras de las suelas de goma sobre mi inmaculado interior. Con esto, aparte de la satisfacción de la limpieza interior, gane unos amigos, que van cambiando con el pasar de los años. Estos todas las mañanas son los que primero se ponen en cuclillas delante de mí y esperan a que lleguen las personas atraídas por mi atractiva figura, para ayudarles a descalzarse y ponerse la bolsita en los pies. Además, que tendrás que decir de mis cuatro minaretes. Ahí plantados, siempre cerca de mí, vigilando que no me suceda nada. Al principio de mi existencia, al verlos, me preocupé. No se, pero en aquel entonces les notaba algo extraño, como si me huyeran, distantes, pero también entre ellos. Ya bastante tiempo después me enteré, que lo arquitectos no tuvieron mala intención al posicionarlos de la forma que lo hicieron. No. Según me explico una paloma, venida del más allá, lo hicieron para evitar que, en caso que yo sufriese algún ataque de la madre naturaleza, disfrazada de terremoto, los minaretes me cayesen encima y pudiesen dañar mi arrogante figura. —

Esta pétrea figura adivina lo que estoy pensando (¿Cuántas personalidades, reyes, presidentes, gobernantes de todos los rangos y personas humildes de todas las castas habrán acariciado con delicadeza sus mármoles…?), y sin dejar que termine mi pensamiento me corta.

-- Si, muchos. Ni te puedes imaginar cuantos. Sabes, mi amigo Gandhi paso algunos días aquí charlando conmigo. Aprecié mucho sus visitas. Solía visitarme cuando me encontraba solo y creamos una fluida conexión entre ambos. Como vestía igual que yo, de blanco, y además, Él estaba tan delgado, se me perdía entre mis arcos y por detrás de la celosía. Algunas veces, no te lo vas a creer, pero es verdad, tuve que llamarlo a gritos. Rápidamente su vocecita, que justo le venía cruzar el túnel de su boca, me decía, estoy aquí, al lado del cenotafio falso de tu emperatriz. No te preocupes que no me he ido. Reanudábamos nuestra charla, que Él siempre quería llevar a su terreno: la fuerza de la lucha pacifica, las huelga de hambre, la gran marcha de la sal. Una tarde, en total soledad y confianza, me dijo, “Tu nos has visto llegar, a los ingleses y a mi, los viste marchar a ellos y me veras marchar a mi. Tu almacenaras la memoria de la historia en los átomos cristalinos y marmóreos de tu cuerpo”. Aquello me hizo sentirme importante, grande, como algo único en el mundo; pero Él, Gandhi, tenía algo mucho más grande, algo que yo nunca tuve ni podré tener, la belleza sutil de la fuerza que la humildad arraigaba en la energía única y divina de su Atman. — Terminó de decir estas palabras y los dos arcos de las esquinas truncadas frontales se inclinaron lateralmente, como cejas que se comban melancólicamente. En ese momento las fuentes del estanque central, empezaron a derramar lágrimas de nostalgia.

La túnica blanca con bordados pétreos dejada caer en este horizonte azul con forma de edificio eterno y majestuoso. Eternidad y majestuosidad que, el río Yamuna, su amigo y compañero de avatares históricos, de lunas y soles universales, de monzones temporales, hubiera compartido con Él. Sí el emperador, de no haber sido destituido por su hijo, el terrible Aurangzeb, hubiese llevado a buen fin la construcción del hermano gemelo, negro, en la otra orilla del río. Y uniendo las dos orillas con un puente de oro sobre el Yamuna les hubiera hermanado para la eternidad. Pensar en esto lo descorazona, se queda como aletargado. Pero no puede evitar el seguir relatándome ciertas vivencias de aquella época.

-- Mi progenitor no pudo disfrutarme como se merecía. Al poco tiempo de dirigir y terminar, junto con el arquitecto persa Isa Khan, todo mi acicalamiento, me abandono. No, no fue un olvido o alejamiento voluntario. El rebisnieto del emperador Akbar, su hijo Aurangzeb, lo detuvo y encerró de por vida en el Fuerte Rojo.

Impresionante fortaleza de los tiempos más gloriosos de los mongoles qué, como bien sabrás, empezó a construir el emperador Akbar en 1565, como fortaleza militar. Y que posteriormente, mi progenitor, el emperador Jaha, nieto de Akbar, transformo en palacio. Entre todas las maravillosas dependencia de esta palacio, hay una por la que siento una especial devoción…, La Torre Octogonal.  Las incrustaciones de piedras preciosas de sus paredes, especialmente las de color ámbar, resuman una luz interior intensa. La emoción que siente al llegar a esta parte del relato, le quema y enciende sus entrañas. Con las lágrimas del estanque salpicando de pesar los rosales laterales, prosigue con, una cara de dolor que hace que su faz blanquecina se vuelva grisácea, a mi parecer, la parte más dolorosa de su relato. Un elefante volador y algodonoso cubre los rayos del sol.

-- Pocos años después de las celebraciones de mi presentación a la sociedad mundial, mi emperador fue detenido por su hijo y encarcelado en el Fuerte Rojo, en la Torre Octogonal. Desde allí, a trabes de las ventanas con rejas de hierro del Torreón, nos mirábamos y compartíamos pensamientos sobre nuestros destinos, tan diferentes.

Muchas noches de luna llena, con el resplandor que la luz lunar produce en mi cuerpo, cuando las noches son claras, le mandaba mensajes de compasión y ayuda. Dejaba ir mi silueta hacia sus ojos para que pudiera disfrutas del fruto de su ilusión, aunque solo fuese con la mirada. Cuando el me miraba, yo lo notaba, algo se estremecía en mi estructura indicándome su necesidad de cariño, la incomprensión de lo que su hijo le había hecho. Yo le comunicaba los cuidados y atenciones dedicados por mí a su esposa, la Emperatriz. Esto parecía consolarle, pero durante un corto plazo de tiempo. Pasó muchas noches llorando y gritando el nombre de ella cogido a los barrotes de su celda. Celda que posteriormente compartió con su hija, también detenida y encarcelada por su hijo. En la cual murió pocos años más tarde. – El pesar que tiene es tan inconsolable que el llanto recorre su cuerpo. El algodonoso elefante blanco volador posado encima de la torre central, descarga lágrimas de un insufrible dolor. —


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por vuestros comentarios y aportaciones a los temas tratados.